Cuando adquirí este libro aún era librería, y este ejemplar formaba parte de mi stock de literatura infantil y/o juvenil, por lo que no era uno de los elementos del repertorio que suelo tener en reserva. Pero, como suele pasar, en esta vida real y terrenal, dejé de ser librería y gran parte de lo que quedaba, pasó a mi estantería privada. Aunque este género no es mi protagonista, sí que me gusta, de vez en cuando, insertar algo de esta temática. Porque me recuerda que para llegar aquí, tuve que pasar por una infancia, una adolescencia y una juventud. Es un ejercicio que recomiendo hacer algunas veces para devolvernos la cordura de ir a toda velocidad por el skyline de esta vida.
Cuando me sumergí en el mundo de los libros, no había día que no pensara en ella, en aquella amiga del colegio y luego del instituto. Hasta que mi vida, no quiero ser egoísta diciendo «la vida», porque fue la mía (yo era distinta, claro), me separó de ella y me llevó por otros caminos. Los caminos que tenía que vivir, ni más ni menos. En la vida escogemos y elegimos aquello que nos va moldeando, así es y será siempre. Aún me acuerdo de ella, pero ya no deseo buscar, ya no. Las cosas aparecen en el momento adecuado, ni antes ni después. ¿Por qué cuento todo esto? Pues porque este libro trata de la amistad entre dos chiquillas. Una amistad imperfecta o perfecta según se mire. Y me traslado a 1982 u 83 y alguno más.
Dos niñas que se conocen y fraguan una amistad. Dos protagonistas que vienen de clases sociales diferentes y con caracteres diferentes, pero con sentimiento universal común, el amor que se tienen la una a la otra. Una aventura relatada en primera persona por una de ellas, Charis Watts, que se dice Karis y no Charis. Eso sólo lo hace Bryony Rogers para fastidiarle. A lo largo del relato viajamos a través de sus vivencias, donde ambas niñas descubren sus virtudes, sus fallos, sus miedos, su paciencia y la fidelidad que se profesan, aún cuando no la tienen. Un historia que nos ofrecen dos niñas que tienen que pasar de la felicidad tan absoluta de la infancia, a la superación y al dolor de la pérdida. Un cuento tan dulce como triste que hay que disfrutar como yo hice. Para mi fue un regalo evocar ciertas anécdotas de mi niñez.
Un cuento bellísimo que nos regaló Pauline Fisk, que nos dejó hace dos años por una enfermedad que la venció a ella, o ella la venció. Probablemente se encuentre sobre una almohada de nubes muy muy sutil en el cielo, mientras observa todas las aventuras «malvasiásticas» en un día «filomenal».
Gracias Pauline, allá donde estés.
V.
- Foto del libro extraída de mi propio ejemplar.