«El sueño de Frankie» de Pauline Fisk.

     Cuando adquirí este libro aún era librería, y este ejemplar formaba parte de mi stock de literatura infantil y/o juvenil, por lo que no era uno de los elementos del repertorio que suelo tener en reserva. Pero, como suele pasar, en esta vida real y terrenal, dejé de ser librería y gran parte de lo que quedaba, pasó a mi estantería privada. Aunque este género no es mi protagonista, sí que me gusta, de vez en cuando, insertar algo de esta temática. Porque me recuerda que para llegar aquí, tuve que pasar por una infancia, una adolescencia y una juventud. Es un ejercicio que recomiendo hacer algunas veces para devolvernos la cordura de ir a toda velocidad por el skyline de esta vida.

     Cuando me sumergí en el mundo de los libros, no había día que no pensara en ella, en aquella amiga del colegio y luego del instituto. Hasta que mi vida, no quiero ser egoísta diciendo «la vida», porque fue la mía (yo era distinta, claro), me separó de ella y me llevó por otros caminos.  Los caminos que tenía que vivir, ni más ni menos. En la vida escogemos y elegimos aquello que nos va moldeando, así es y será siempre. Aún me acuerdo de ella, pero ya no deseo buscar, ya no. Las cosas aparecen en el momento adecuado, ni antes ni después. ¿Por qué cuento todo esto? Pues porque este libro trata de la amistad entre dos chiquillas. Una amistad imperfecta o perfecta según se mire. Y me traslado a 1982 u 83 y alguno más.

Blog de Vicrtoria Santisteban
El sueño de Frankie

 

     Dos niñas que se conocen y fraguan una amistad. Dos protagonistas que vienen de clases sociales diferentes y con caracteres diferentes, pero con sentimiento universal común, el amor que se tienen la una a la otra. Una aventura relatada en primera persona por una de ellas, Charis Watts, que se dice Karis y no Charis. Eso sólo lo hace Bryony Rogers para fastidiarle. A lo largo del relato viajamos a través de sus vivencias, donde ambas niñas descubren sus virtudes, sus fallos, sus miedos, su paciencia y la fidelidad que se profesan, aún cuando no la tienen. Un historia que nos ofrecen dos niñas que tienen que pasar de la felicidad tan absoluta de la infancia, a la superación y al dolor de la pérdida. Un cuento tan dulce como triste que hay que disfrutar como yo hice.  Para mi fue un regalo evocar ciertas anécdotas de mi niñez.

     Un cuento bellísimo que nos regaló Pauline Fisk, que nos dejó hace dos años por una enfermedad que la venció a ella, o ella la venció. Probablemente se encuentre sobre una almohada de nubes muy muy sutil en el cielo, mientras observa todas las aventuras «malvasiásticas» en un día «filomenal».

Gracias Pauline, allá donde estés.

V.

  • Foto del libro extraída de mi propio ejemplar.

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«La tabla esmeralda» de Carla Montero.

     Esta es la primera novela de Carla Montero que cae en mis manos y de hecho no será la última. Pero eso, tú ya lo sabías…  Cuando un libro atrapa, a veces lo hace con todas sus consecuencias. He sufrido un secuestro literario y emocional en cuestión de pocas hojas. Tengo que agradecer a mi madre que me lo prestara diciéndome «te va a encantar». Y si ahora estuviera con ella le diría «¡mamá, es adorable… el libro! ¿Sabes eso que cuando empiezas a leer un libro, no menos de la mitad de las veces se hace tranquilamente y despacio? ¿Cómo cuando tanteas a alguien que conoces por primera vez? Pues eso me paso con La Tabla esmeralda. Pero cuando se consolidó la amistad fueron tres o cuatro zancadas. Es curiosa la relación que establecemos con los libros. Algún día escribiré de eso con más detenimiento.

La tabla esmeralda. Blog de Victoria Santisteban.

     No me gusta demasiado acabar tan pronto con una novela tan apasionante, pero es como el dulce que te ponen delante de las narices cuando eres pequeña y te dicen «No vayas a tocar el bizcocho de chocolate…» Claro, seguramente…En fin, que presa de la excitación me lo merendé y cené, aún estando aturdida con la fiebre y con escalofríos que me hacían arremolinar entre la mantas. No hay mejor momento para disfrutar de cada hoja, es como una medicina. ¡Ay, bendita lectura!

Carla Montero. Blog de Victoria Santisteban,

     En esta ocasión vuelvo a repetir, por casualidad, el contexto del conflicto bélico con elementos comunes a alguna otra reseña.  Un libro que nos regala dos historias de amor simultaneas y separadas en el tiempo. Por un lado, conocí a Sarah, que me acompañó por el trayecto de su vida. Casi me pierdo en los ademanes de Georg, era como tenerle delante. Y he corrido junto a Ana con los nervios a flor de piel. Por poco me engaña Konrad en un principio. Y me encanta Alain. Pero de todos los personajes, escojo a Sarah y a Georg. Un amor en contra del tiempo, de las normas, de lo establecido y a contrarreloj.

     Sarah Bauer, una chica judía tiene algo que los nazis quieren a toda costa y la misión de encontrarla a ella y lo que posee, El astrólogo de Giorgione, se la encomiendan a Georg von Bergheim. Décadas más tarde Konrad, un multimillonario alemán coleccionista de arte, le encarga a su novia Ana una investigadora de Historia del Arte del Museo del Prado que encuentre este mismo cuadro con la sola pista de una carta que el propio Bergheim le escribió a su mujer en 1941. Esa obra de arte formaba parte de la familia Bauer que se encargaba de proteger su secreto y ahora era Sarah la heredera de esa pesada losa.

     Ana y yo tuvimos algún roce al principio. Destilaba cierta frivolidad gratuita que no terminaba de digerir. Por fortuna, recupera la relevancia que merece su personaje. La autora y sus intenciones… Pero Sarah, ella es así, tal cual, natural, con la importancia que se ha ganado a pulso.  Von Bergheim es un hombre de valores, que no comprende la barbarie humana, un hombre bueno que viste el uniforme equivocado. Konrad, un rico y excéntrico coleccionista que antepone su interés particular a todo. Y el quinto elemento, el Dr. Alain Arnoux, experto y conocedor en encontrar obras de arte robadas por los nazis. Una mezcla entre hipster, hippie y profesor universitario de La Sorbona que se toma todo como viene, y  que será más que importante, con el que me he divertido bastante. Luego está Teo, el prototipo de amigo gay, alegre y olvidadizo, que roza la ignorancia más despreocupada. Así y con todo esto, la autora ha proyectado en mi tantas sensaciones que ahora me encuentro en una especia de impasse. La partida se ha terminado y yo me he quedado en esa zona en la que miro de lejos buscando a Sarah, y a Georg detrás del espejo, a todos ellos, el ruido de las bombas, el taller de Giorgio, el cuadro, el olor de las pinturas, los ecos del pasado, el amor… Es precioso que esta estela permanezca en el tiempo. Así debería ser, ¿verdad? Así, al menos, lo siento yo.

     Una vez le dije al autor de El secreto de Tiamat, que hay algunos libros que quedan, al final, en la estantería con los “leídos”, pero con la sensación de dejar parte de mi con él y parte de él en mi. Pues este es otro de ellos. Me costó deshacerme de su tacto, odio que me pase, pero es condición sine qua non, todo principio tiene un fin…

     Qué razón tenías Carla, ¡benditas las madres! Bendita la mía que me enseño a valorar los libros más allá de lo establecido. Que dure por mucho tiempo esa imagen de ella devorándolos en el sofá. Y cuando vuelva, me diga que disfrutó con los otros tres ejemplares que en sus manos cayeron.

Escribiendo a mano la reseña de La tabla esmeralda de Carla Montero.

Gracias Carla Montero. V.

  • Las imágenes han sido extraídas de internet y el perfil de facebook
    @Carla.Montero.Oficial con expresa autorización de la autora.

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