La metamorfosis de Franz Kafka.

La transformación en un insecto como metáfora de la angustia, deshumanización y pérdida de identidad.

Gregorio Samsa, que trabaja muy duro como comercial de telas, se levanta una mañana con la sensación de haber tenido un mal sueño. El hecho de tener que mantener a toda su familia le sobrevuela amenazante como una espada de Damocles. Esa mañana descubre horrorizado que se ha transformado en un insecto, una especie de escarabajo, cucaracha o algo similar.

Portada

Una persona normal, se hubiera tirado al vacío desde la ventana. Al fin y al cabo, lo que Gregorio está viviendo es un fenómeno extraordinario e inexplicable. Pero, paradójicamente, el desasosiego que siente se convierte en el combustible que alimenta y gira en torno a la ansiedad que le produce no ir al trabajo. Por eso, intenta acostumbrarse a su nueva morfología sin dejar de perder de vista la delicada situación económica familiar.

Durante la transformación de Gregorio, incomprendida por su entorno, a excepción de su hermana, experimenta episodios como el de la visita del gerente. Éste se persona en casa para interesarse por su falta de asistencia al trabajo. Pero nada más lejos de ser por motivo de preocupación, Gregorio escucha como el gerente intercambia ciertas palabras desagradables con la familia, en la que no sale muy bien parado.

El señor Samsa le reprocha, visiblemente enfadado, el desinterés por no ir al trabajo. Es por lo que ante la situación económica, la familia decide alquilar una habitación y apartan y mantienen en secreto a Gregorio en su cuarto.

Gregorio está desesperado porque no solo mantiene a la familia, sino que ayuda a pagar las deudas por la quiebra de un antiguo negocio del padre, por lo que no entiende que le hagan eso.

Una noche, mientras Grete toca el violín para amenizar la noche a los inquilinos, Gregorio sale de la habitación para escucharla, espantando a los comensales que se marchan sin pagar la estancia.

A partir de este hecho, Gregorio, incomprendido, se aísla definitivamente en su habitación y la angustia le lleva a dejar de comer y beber. Su hermana, que es la única que le había estado atendiendo, termina por dejarlo ante la imposibilidad de poder cuidarle como debía. Gregorio hacía tiempo que se había abandonado a sí mismo, dejando su bienestar de lado.

Finalmente, la criada encuentra muerto a Gregorio, en la más absoluta soledad, tras días de aislamiento y falta de alimento.

Para entender esta novela tendríamos que retrotraernos al contexto histórico. Como sabemos, esta novela fue publicada en el año 1915, cuando comienza la Primera Guerra Mundial. El hombre hace frente a una serie de cambios económicos, sociales y políticos en un momento en el que, además, el mundo en general está más deshumanizado.

Kafka

Asimismo, la propia novela sería el reflejo de lo que algunos han querido relacionar con el trato que Franz Kafka tenía con su padre. De este último se decía que tenía un comportamiento opresivo y despótico hacia él.

Vemos el devenir de la novela desde la pérdida de identidad, vista desde el momento de la transformación en un insecto, en el que el individuo se deshace de toda condición humana, hasta la falta de utilidad, cuando alguien deja de ser necesario.

Cuando leí este libro no pude dejar de acordarme de una que me contaba mi madre. Cuando mis padres se casaron, no tenían casa propia, y más allá de lo que diría Virginia Woolf, solo tenían dos sueldos. Se fueron a vivir a casa de mi abuela. Pero la historia no es esa, que ya veremos en otro momento, la historia es que mi padre tuvo que entregar el sueldo que ganaba en su casa justo hasta el mes anterior a casarse. Mi padre, hijo de madre soltera, no era muy querido, en realidad no era nada querido en su familia, pero su dinero sí. Mi padre ya se había convertido en un insecto y anduvo por la vida así, como un insecto toda su vida.

Yo, más bien, creo que lo convirtieron en un insecto y él no disponía de las herramientas para sortear las cosas de la vida. Solo unos pocos conseguimos verle de verdad, detrás del caparazón. Pero de eso, también, hablaré en otro momento.

Al final, esta historia es una experiencia que quien más, quien menos ha vivido de una u otra forma. Porque, ¿quién no ha sacado beneficio de alguien en algún momento? y ¿de cuántos de ustedes se han beneficiado? Y ¿con malas artes? Algunos hemos estado más en un grupo que en otro y otros han sido más desobedientes y egoístas. ¿De qué grupo eres tú?

Hasta la próxima pecadores…

V.

  • Imagen del post extraída de http://www.experienciasliterarias.es/
  • Foto del autor Franz Kafka extraída de https://www.culturagenial.com/

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La pérdida, por V. Santisteban.

Para una familia…

Esta vida alberga espacio para muchas cosas. Podemos vivir circunstancias para las que nos preparamos durante toda nuestra existencia. Y, también, podemos experimentar otras tantas para las que no nos preparan, o no nos preparamos, o simplemente, no queremos prepararnos. Nuestra vida es el resultado de todo eso, de lo bueno vivido y disfrutado, y de aquello distinto, triste y oscuro. Y esa parte oscura, nos queda grabada con el fuego del dolor en nuestra alma.

La pérdida tiene mucho nombres y es el resultado de sus propios síntomas que, casi siempre, son los mismos. Falta de aire para respirar, angustia, desasosiego, falta de anhelo por la vida, desesperanza. La pérdida es universal, nadie está libre de vivirla y es una de las pocas cosas que nos coloca al mismo nivel. Y es que a todos nos llega. Pero, incluso ese momento tan personal, suele estar condicionado por factores externos. Elementos que se escapan a nuestra comprensión y sentido de la justicia. Como le decía a una buena amiga, tanto tienes, tanto vives. Es una sentencia durísima, pero los acontecimientos recientes reflejan que no ando desencaminada al respecto.

Todos hemos perdido a un ser querido. Y es de esas cosas oscuras que no queremos que pasen nunca. Cuando un ser querido se va, la vida se revuelve a nuestro alrededor. Todo pierde sentido, todo se trastoca, todo se tambalea y entramos en la espiral del duelo. El duelo duele, duele mucho. Y el momento en que perdemos a alguien, ese preciso momento, es en el que una punzada aguda de dolor nos atraviesa por completo. Es un dolor distinto a cualquier dolor sentido antes.

Todo se detiene, todo, excepto aquello que tiene que ver con la propia burocracia del sepelio. Porque la maquinaria del sistema sigue funcionando, aunque no entendamos nada de lo que ocurre. Apenas eres golpeado por un shock emocional sin parangón, debes gestionar. Y es cuando acaba ese proceso, cuando la vida te reclama de nuevo y te exige que vuelvas al camino, que no te detengas. Hay que seguir, seguir respirando, seguir levantándose de la cama, seguir, seguir, seguir. Pero el cuerpo no nos obedece y es porque no queremos hacer nada de eso. Queremos parar, queremos cama y silencio.

De todas las experiencias de esta vida terrenal, quizás la pérdida de un ser querido sea, con diferencia, la más difícil. Y es que nadie quiere llegar a vivirlo, no queremos vivirlo, no queremos perder a un ser querido, porque es querido.

Pensamos que nuestros padres nos durarán eternamente y ellos piensan que se irán antes que nosotros, es lo normal, sería lo más normal. Pero, a veces, el universo en su infinito y macabro sentido del equilibrio, le da la vuelta al devenir normal de las cosas. Y nos arrebata lo más bonito que la vida te ha regalado, el amor filial de los hijos. Este amor es un amor que se retroalimenta de padres a hijos y viceversa. Y es que cuando un hijo se va, algo no cuadra, algo no encaja, algo va contra natura. Es un hecho imposible, es la casa construida por el tejado, es ir contracorriente y en sentido contrario al de las agujas del reloj, es anormal, es el mundo al revés, es una pesadumbre sin sentido, es la oscuridad sin fin.

El dolor de perder a un hijo es un dolor tan insoportable que se vuelve intolerable. El niño de nuestros ojos, la luz que aclara el camino, el sonido que alegra cada instante, ese ruido de fondo que nos acompaña desde la gestación. Perder un hijo es como si te arrancaran un trozo de tu ser, con el que es imprescindible vivir.

Cuando se pierde a un hijo tras un largo proceso de enfermedad, el dolor, ese dolor que se ha ido guardando y almacenando en un lugar bien alejado de su mirada, sale a reclamar su espacio por derecho propio. Ese dolor, fruto de la lucha contra el sistema, contra la enfermedad, contra el tiempo y las inclemencias que esta vida nos pone en el camino, como piedras gigantes que no nos dejan avanzar, nos reduce a la mínima expresión de nuestro ser. Nos merma dejándonos hechos un ovillo enredado que antaño tejía risas y algarabía.

Cuando un ser especial, un ser lleno de luz se va, nos quedamos más huérfanos, nos vemos perdidos. Nuestras melancolías nos conducen por senderos nunca transitados. Y tenemos que aprender que debemos continuar por travesías sin esa mirada mágica, sin esa pose estoica, fuerte y madura.

Y queda el vacío de las palabras no dichas, de risas no reídas, de anécdotas no contadas y de abrazos infinitos por dar.

Al final, somos castillos de arena que desaparecen con la espuma del mar. Somos polvo de estrellas que vuelven al firmamento para observar el devenir del mundo y velar por los nuestros.

A Raquel, con todo mi amor. Allá donde estés, seguirás brillando más allá del tiempo…

V.

  • Foto destacada, extraída del archivo personal.

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