Leer este libro ha sido un placer inmenso, por varios motivos. Primero porque es una historia que desde que supe de ella me apasiona sobremanera. Segundo, porque la narración que hace Bruno Nievas es sublime. Tercero, porque me me ha parecido muy interesante ciertas licencias que se toma, introduciendo al personaje femenino como el cuarto elemento misterioso del que habla Shackleton en repetidas ocasiones. Como también me ha gustado la ardua lucha por salir del East End del mismo, incluido el individuo sinuoso con el que se topa en un momento crítico, y el conflicto con las autoridades. Aunque creo que éste, en caso de existir, no sería mujer (y ya me gustaría que lo fuese), porque creo no hubiera sido coherente. Teniendo en cuenta la envergadura de la expedición transantártica, un barco lleno de hombres y muchos momentos complicados, hubiera sido una decisión incorrecta a priori y evitar problemas supone, a veces, dejar fuera a gente válida. Es posible que existiera algún ligero toque de machismo, pero tengo mis dudas.
Pero lo más importante, siempre, siempre sobre las lecturas, son las emociones y sensaciones físicas, incluso. Hubo momentos intensos, en la noche, sobre todo, cuando se me sobrevenía un frío que me calaba hasta los huesos, sin existir un frío real aparente. Otras veces un cansancio extenuante, sin motivo, me dejaba aturdida hasta tener que aparcar la lectura. Sentía que iba con ellos, sufría con ellos, pasaba frío con ellos, lloraba con ellos. La angustia, la tensión y la desesperación eran el pan de cada momento.
Hace tiempo, cuando indagaba sobre esta historia, me encontré con un blog que trataba de esta expedición y de las vicisitudes que se sucedieron. Al final, había una serie de comentarios. Entre ellos había alguien que despotricaba respecto de las decisiones que tomó Shackleton. Creo que llegué a sentirme ofendida, porque lo que hizo fue toda una hazaña. Una hazaña aún mayor que ganarle la carrera a la Antártida. De hecho, es más, creo que sí que le ganó la batalla al continente helado, ofreciéndole al mundo un compendium de reglas o pautas en las que basar un perfecto liderazgo. No en vano, su proeza se estudia a tales efectos (Las 10 estrategias de Shackleton) en el mundo del deporte y en el contexto empresarial.
Bruno Nievas sabe expresar en todo momento, el lado humano de Shackleton. Esos momentos de dudas, de flaquezas, de toma de decisiones erróneas, en las que un líder debe seguir siéndolo, no demostrando debilidad y sabiendo mantener unido a un equipo. Eso, no todo el mundo es capaz de hacerlo. Impecables las palabras de Bruno Nievas.
A pesar de conocer el final de la historia, no pude reprimir una oleada de emociones. Alegría, tristeza, sensaciones encontradas, como una voz en la distancia, como un eco en la lejanía que me llamaba a explorar aquellos helados mantos blancos, allá en Georgia del Sur, el mar de Weddell o Isla Elefante. Al final cumplió su palabra, con el honor de un perfecto caballero inglés, de devolver sanos y salvos a todos los hombres que partieron con él en aquella «Expedición Transantártica».
Una lectura importante, esencial, que te atrapa de necesidad, muy muy recomendada. Ha sido un inmenso placer leer por primera vez algo de este escritor. Y una de mis historias fetiche. Quienes me conocen, lo saben.
Creo que esto puede significar el comienzo de una larga amistad, entre lector y escritor. Gracias Bruno Nievas.