Clare ya conoce a Henry cuando se reencuentran en la biblioteca, sólo que él aún no lo sabe. Lo averiguará en el futuro de él, pero en el pasado de ella. Le quiere desde que es una niña y desde entonces se está preparando para pasar el resto de su vida con él. Él la conoce desde que es un señor maduro. Sabe todo de ella, la ve crecer y madurar. Entabla una interesante amistad en su adolescencia, y conoce a toda su familia, a través de sus ojos. Conoce sus miedos, inseguridades y alegrías. Clare, conoce todo de Henry, su historia, su madre, su enfermedad y sus miedos e inseguridades. No hay dos almas más acordes, ni sentimientos más armónicos.
Henry ha tenido que aprender a sobrevivir, para lo que el robo y el escapismo se han convertido en actos cotidianos. Clare vive esperando a ser lo suficientemente adulta para estar con él. La gente a su alrededor no entiende que no tenga novio. Ella se reserva sólo para él.
Henry y Clare tienen conversaciones profundas de literatura, filosofía, de arte y de la vida. Son dos almas gemelas que se encontraron en un tiempo indeterminado, y que se unieron de la forma más hermosa que se puede unir una pareja. Pero como en todas las parejas, no todo es lineal y las ausencias de Henry se terminan por hacer insoportables. La maternidad está en la agenda biológica de Clare y cuando las dudas de paternidad de Henry se disipan, se preparan para ser padres. Lo intentan hasta una decena de veces, hasta que deciden poner su caso en manos de un investigador. La incredulidad del científico se torna en devoción cuando presencia desde su ventana uno de los desvanecimientos de Henry.
Henry no vivirá para siempre y prepara a su entorno para la partida. Pero no será una partida definitiva, porque nada en la vida de Henry lo es. El pasado del futuro presente será más que interesante, Clare y Alba, su hija. Una chiquilla que posee el don de su padre, pero que puede controlar.
La mujer del viajero en el tiempo es una suerte de sucesión de circunstancias tan increíbles a priori, que diríamos que es algo muy de ciencia-ficción. Pero, para mí es algo totalmente distinto, es la historia de una familia que vive hechos atípicos en un entorno cotidiano. Todo lo cotidiano se convierte en algo especial, como tomar café, que cobra una preciosa relevancia, aderezada de ritual. Nada se le escapa a Audrey Niffenegger, lo ordinario se transforma en una ópera de sensaciones para los sentidos. He disfrutado de la belleza de las imágenes y los sonidos de las eternas conversaciones entre Clare y Henry. He sido una espectadora privilegiada y he sentido una ternura absoluta. Sé de alguien al que le diría eso de «¿por qué no me dices esas cosas?». Y él me respondería «Cariño, tú sabes que las letras no son mi fuerte, soy de ciencias…». Y yo me perdería en su mirada tiernamente frustrada.
El amor es eterno cuando brota de lo más profundo, desde la sinceridad y Clare ama a Henry de ese modo y Henry ama a Clare de la misma forma. Así que volvemos tener la valiosa enseñanza que da el amor, este sentimiento tan sencillo de tener y que a veces nos resistimos tanto a sentir. Como siempre digo, no sé si en voz alta, al menos en pensamiento, al final de nuestra trayectoria vital, lo único que nos queda y a aquello a lo que nos aferraríamos aunque fuese un metal ardiendo, es eso, el amor. Si en el camino recorrido de nuestra vida hemos conseguido sentirlo, habrá valido la pena vivir.
Dedicado a mi padre, que no supo sembrar mucho amor, y sin embargo dejó campos enteros. Te fuiste perdonado, porque no podía ser de otra manera. Te marchaste tranquilo y yo desde aquí, con mis palabras te despido como lo hice con mi voz en tus oídos porque mis ojos no pudieron verte ni mis manos tocarte. Adiós papá, al final comprendiste que ser padre era tu cometido. Te quiero.
- Foto del ejemplar de la autora de este blog. (Después de haber contactado con la autora y no haber obtenido respuesta para solicitar su permiso para poner fotos del libro y de ella).