María Magdalena era una santa, una apóstola, una pecadora y una arrepentida. Pero, también, era madre, esposa de un tal Jesús, que pasaba por ahí y una viajera, como Federo el Viajero…
Mi abuela se llamaba Magdalena. Ella era una beata de tal nivel que teniendo la morfina en casa para aplacar los dolores que mi abuelo tenía por su cáncer de estómago, pues no se la daba. Ella decía que la Iglesia católica aconsejaba sufrir para llegar antes al paraíso celestial. Y, claro, ella como buena beata, obedecía, y así mi abuelo murió retorciéndose de dolor. Y es que la Iglesia siempre ha sido una institución experta en lanzar mensajes sectarios, que son recogidos por creyentes practicantes, como era mi abuela. Luego hacía cosas más aceptables, como llegar la primera a la iglesia del barrio, para preparar, e irse la última, para recoger. Ella no lloraba como una magdalena, nunca lloraba.
Mi abuela no se parecía mucho a la Magdalena mágica de la Iglesia. Ésta era una auténtia fashion diva, para bueno y para malo. Oye, que la Iglesia, después de ultrajar su figura, sacaron el mayor rédito posible, hasta ensalzarla a las mayores cotas de la puritica santidad. No hay mayor empresa capitalista voraz que la Iglesia. Y es que de todo han hecho negocio y la María Magdalena no iba a ser menos.
La Magdalena transicionó de prostituta pecadora a redimida señora decente acérrima, propagadora del evangelio de Jesús y santa santísima apóstola. Entre medias de todo eso, le dio tiempo a casarse con Jesús, o no; tuvo, también, descendencia, o no; Se fue a Francia o a otros países, o no.
Hay un fragmento del libro que resume a la perfección la imaginación de esta religión, y con permiso del autor lo transcribo: » Magdalena, con la satisfacción del trabajo bien hecho y ansiosa por llevar una vida contemplativa, dejó el apostolado y se retiró como ermitaña a una cueva para vivir en absoluta soledad. Se cuenta que pasó todo aquel tiempo desnuda, vistiendo solo una frondosa y larguísima cabellera, y que solo se alimentaba del canto de los ángeles, que la elevaban siete veces al día…». Pero espera que hay más, «(…) Un curita que pasaba por allí, 30 años después, pudo contemplar atónito, el ritual de los ángeles y La Magdalena y que unas fuerzas invisibles (…) se lo impidieron…».
A ver, esta señora estuvo 30 años comiendo canticos angelicales y estuvo tan fresca. Y eso que del beber no tenemos constancia. Igual estuvo bebiendo luz celestial, a saber… Pero la pregunta del millón sería, ¿existió este personaje del que habla nuestro sagrado libro mágico? (Bueno, igual habría que preguntarse si existieron todos los que salen en él…).
Pues no parece (modo ironía on). Pero es que da igual cuántas preguntas retóricas nos formulemos, a la Iglesia eso le da igual. Así se construyen sus relatos ficticios, esto lo pongo, esto lo quito, esto lo adorno, esto lo copio de otro culto y tiro porque me toca. Si es que no teniendo nada qué van a hacer, qué van a vender…
Y es que, si algo sabe la Iglesia es vender, vender mentiras y cometer delitos. En esto último, son unos verdaderos cracks. Pero, oye, que no pasa nada por tener deslices con unos niñitos, que la culpa es de los padres que los visten para provocar.
En fin, las historias de los santos, las vírgenes, los apóstoles y los papas, no tienen fin. Y como son interminables, ¿por qué no tendrían que ser divertidas? Ya lo decía Nieves Concostrina en alguna entrevista de cuyo programa no quiero acordarme, algo así como que la biblia hay que leerla porque es un libro divertidísimo.
Yo recomiendo la lectura de este librito porque todos necesitamos manuales para estar al día de las cosas de la religión. Así, si nos sale al paso algún cuñado, poder contestar con propiedad. Saber las cositas de la Iglesia, también, es aconsejable, que luego nos venden la pureza de una institución que tiene de todo, menos virtudes. También estaría bien que pagaran más impuestos y como dice, de nuevo, Nieves Concostrina, «En España no habría rey y la Iglesia pagaría más impuestos si se hubiese contado su verdadera historia».
Agradecer a su autor que escriba todas estas cosas y que no nos deje caer en la tentación de la desidia y la ignorancia.
Espero que el próximo venga de la pluma de Raquel, que intuyo que tiene muchas cosas que contar…
Gracias, V.
Las imágenes son las fotos aportadas por la escritora del blog.
La nada es una visión personal de un mundo sucio y oscuro. Un totum revolutum de sensaciones caóticas en un momento caótico sin aparente solución. Es una niebla que se cuela por debajo de las puertas, es el aire que respiramos.
Existen ciertas cosas feas que tienen encaje en esta guarida cavernaria, son entes, sentimientos y/o emociones extrañas, lúgubres y no necesariamente incomprensibles y/o incomprendidas.
Según la RAE, – ya saben, ese lugar repleto de hombres súper agradables, nada machistas, y jóvenes, donde se decide qué es cada cosa – en su acepción primera, la nada sería «La inexistencia total o carencia absoluta de todo ser». Y añaden, «Existen muchas interpretaciones de la nada entre los filósofos«. En su segunda acepción dicen, «Sensación de vacío o inexistencia». Todo esto no lo digo yo, lo dicen ellos que están todo el día calentando asiento y tienen asaltos repentinos de luz del saber, cual piedra filosofal, vamos.
Adentrándonos en la caverna…
En estos espacios de la nada hay cabida para cualquier cosa que se pueda imaginar y como sitios oscuros que son, no reciben luz, ni tampoco claridad de pensamiento. Hasta aquí llegan todas esas acciones o inacciones derivadas de sentimientos como la tristeza, la ira, la soberbia, el desprecio y el miedo. Aunque la sorpresa y la alegría, mucho me temo, que no tienen permiso para estar aquí, porque no tendría mucho sentido.
La nada es un pozo sin fondo donde todos aquellos pensamientos de desesperación, miserias y tristeza más profunda, tienen cabida. Todo lo feo, lo desagradable, lo injusto, lo malo, todo eso está en la nada. La nada es un agujero negro cósmico, es una fosa abisal, es una sima gigante aterradora que está ahí, pero nadie quiere ver.
La nada es, también, esa bruma donde las tristezas se van acumulando, poco a poco, sin que podamos o queramos hacer nada por evitarlo. A veces emana un hedor insoportable que nos llega como algo sutil, porque tenemos a la nada bien lejos, en la periferia de la existencia, donde no moleste, porque lo molesto hay que mantenerlo lejos. Una especie de nadafobia (o natafobia)…
Así, que a modo de introducción, empezaremos con ciertos conceptos a los que yo sitúo en esa zona gris. Siempre, desde mi personal visión, con un profundo desconocimiento e ignorancia. Pero sin ceguera, siempre con los ojos bien abiertos, aunque me la cuelen casi a diario…
Conformismo
Existen comportamientos y actitudes que podrían ocupar un sitio bastante prominente en la nada y estos son el conformismo y la desidia, ya sea juntos o por separado. Como casi todos saben, el conformismo vendría a ser la actitud de toda persona que acepta y asume cualquier circunstancia de la vida, ya sea del ámbito público o privado, sobre todo cuando se trata de situaciones adversas o injustas.
Existen conformismos que duelen cuando hay vidas de por medio y denota la falta de dignidad que tiene la especie humana cuando ve injusticias ante sus ojos y no pasa nada. Como se suele decir, circulen que por aquí no hay nada que ver. La escoria conformista mata, viola, roba, quema, and so on, siempre desde la barra de bar o las redes sociales. Es imposible ver esto y seguir como si nada…
Existen, por otro lado, conformismos obligados y/o sometidos. Éstos son los de aquellos ciudadanos que viven en países con regímenes dictatoriales en los que los derechos humanos simplemente no existen, o existen de forma velada por el gran hermano vigilante (recomiendo la serie distópica y/o la novela El cuento de la criada de Margaret Atwood, 1985).
El conformismo ha resultado ser un elemento que ha venido carcomiendo, en segundo plano, lo bueno de las cosas, permitiendo otras tantas chungas o muy chungas. Por poner un ejemplo, algunos casos de corrupción y la respuesta de la justicia española o latina.
El conformismo, también, se dan en las relaciones humanas. ¡Oh, sí! Even, entre familias y amistades. Que tus padres te obligan, te callas y achantas. Si tus hermanos te arrastran, te callas y achantas. Tus familiares ofenden a tus parejas, te callas y achantas. Si tus amigos dicen que tus novias son unas putas, te callas y achantas. Pobre, tu pareja no te valora, te callas y achantas. Que uno de tus seres queridos más cercanos no te cree, te callas y achantas. Que la vida te aplasta, pues te callas y achantas.
Al final, resulta que siempre hay alguien conformista a tu alrededor de ti que, también, eres conformista.
Desidia
La desidia que sería entendida como esa falta de ganas, interés o cuidado al hacer algo es, con diferencia, unos de los comportamientos más miserables, junto con todos los demás. Es la negligencia escrita porque permite la muerte, el dolor, las miserias, los asesinatos, la corrupción, los desahucios y la enfermedad. Lo es porque permite que pase todo este rosario de conductas que se relatan en este ensayo. Ésta ha tenido consecuencias nefastas en la historia de la existencia humana, solo hay que mirar atrás y ver aquellos acontecimientos de la historia para entenderlo.
Echa un vistazo en torno a ti, y podrás comprobar que alguien murió por culpa de un médico que tardó en diagnosticar porque recortaron los presupuestos y la burocracia sanitaria, y llegó tarde. Mira hacia los lados y verás a alguien que ha perdido el trabajo porque las consecuencias económicas tras la pandemia dejó en la estacada al panadero de tu barrio. Date la vuelta y mira, mira y asegúrate que lo que estás escuchando y viendo en la tele es verdad, que ese periodista o político te están contando la verdad.
La desidia es la cómplice principal y actúa, además, como factor común en todas las parcelas de la nada. El tiempo pasa, avanza y no se detiene. Esto no es Interstellar, es la vida real. Y ésta sigue en caída libre…
No es fácil levantarse en un día gris. El Diablo siempre sostiene tus párpados.
(Ralph Ineson)
Recomiendo la lectura del libro «Silencio administrativo: La pobreza en el laberinto burocrático» de Sara Mesa, donde se trata la historia de una mujer, enferma, con discapacidad y en situación de sinhogarismo, que intenta solicitar el ingreso mínimo vital. Este libro nos introduce en el término aporofobia, o el odio a la pobreza y al pobre.
Corrupción
La corrupción es un factor importante en la oscuridad de la nada y, de hecho, tiene una de las mayores parcelas e interactúa con la desidia, el conformismo y la in–justicia, de la que hablaremos más tarde.
La humanidad ha experimentado una pandemia, hace unos pocos años, de nuevo. Esta circunstancia calificada por algunos como «cisne negro» no nos ha hecho ni mejores, ni más fuertes. Algunos hemos visto, incluso, como amigos, vecinos y allegados aspiraban a la mayor estupidez salida de sus teclados y perfiles en RRSS. Una vez más, la zona más tenue tuvo que sacar pecho e intentar extenderse a duras penas contra aquellos aplausos absurdos. Y es que, se vuelve a confirmar que, después de aquella pandemia de principios del siglo XX, ésta última, no ha enseñado nada a la especie humana.
Y pasó que algunos quisieron hacerse ricos y como dice el dicho A río revuelto, ganancia de pescadores, se lo tomaron muy a pecho e hicieron mercado con la enfermedad mundial. Algunos nos hicimos preguntas, porque las de antes ya no servían y necesitábamos respuestas nuevas. Y empezamos a cuestionarnos la vida entera, con sus luces y sus sombras. Y eran estas sombras, las que hacían daño, no habiendo día que no quisiéramos gritar a todo pulmón.
Algunos elementos de la clase política decidieron que esta actividad estaba más relacionada con el lucro personal que con trabajar por un pueblo. Así, pasaron por encima de las vidas de personas que construyeron la red que nos sostenía a todos los demás. Y estas personas, abuelos y abuelas, padres y madres, hermanos y hermanas, tíos, tías, primas, primos, hijas e hijos lo hicieron no con poco de esfuerzo, lo hicieron con todo su esfuerzo. Y esos otros fueron pisando sus cenizas ensangrentadas desde el frescor del aire acondicionado, a todo confort.
No hay día que no sepamos de algún caso nuevo relacionado con este sustantivo tan asqueroso. Y es que, a veces, podemos notar como la desidia y el conformismo nos soplan en el cogote, para recordarnos que siguen ahí.
Hipocresía & falsedad
Pero el mundo nunca ha estado exento de hipocresía y falsedad, otra de las parcelas de la nada. Recién empezó aquel conflicto bélico entre países que nada tienen que ver con ese otro lado del Atlántico, empezamos a ver cómo el ser humano ha ido elevándose, in crescendo, a las más altas cotas de la miseria.
Conflictos que hemos normalizado y que han sido invisibilizados hasta la locura; tapando con una manta de ceguera auto infligida aquellos pasos etéreos de personas que se dejan la vida en océanos de agua y arena con la extraña idea de encontrar un futuro decente; permitiendo el dominio de la serpiente venenosa americana, una suerte de despojo de doble moral donde sale más barata un arma de fuego que un tratamiento para la dermatitis atópica; donde el acceso a un seguro médico es un lujo al que muy pocos pueden acceder o donde la gente se muere doblada por opiáceos. Una gran cínica que mata impunemente, devorando a los contadores de la verdad.
No, no me gusta ese lugar que posee ese botón mentiroso, manejado por locos de piel naranja, artríticos con un pie en la tumba y/o señores de la guerra con las manos manchadas de sangre, que decide guerras en todos los países, menos en el suyo.
Es tremendamente sangrante estar viendo todos los días cómo se perpetra uno de los mayores GENOCIDIOS mundiales, mientras asistimos al mayor acto de traición de dirigentes, de países de todo el mundo, hacia sus propios ciudadanos que les pusieron donde están. Nos dicen que apoyan la causa pero, a la par que lanzan esos mensajes, envían armas para la destrucción de ese país.
Es una locura para las ovejas hablar de paz con un lobo.
(Thomas Fuller)
En este punto podría morirme, pero me quedaría gritando porque no soy nadie para darme el derecho siquiera de pensarlo. Sí que quiero llorar y es que odio mucho ahora, odio tanto que me perdería, me ocultaría en una cueva y allí me quedaría con mis sombras reflejadas en la pared. Pero entonces, nadie lo sabría, nadie.
La inmundicia
La nada, también, está llena de toda esta basura de gentuza que se deja arrastrar como ratas al son de la música de la flauta. Todas estas ratas, que van lamiendo las babas que van soltando esos engendros, se venden como progresistas mientras revientan naciones enteras de sentimientos arraigados, dinamitando los esfuerzos de una construcción que llegó a los cielos.
Esos inmundos, que se permiten hablar con lengua de serpiente, se desinfectan de la cercanía del pueblo, presentándose como sus salvadores, mientras se enroscan al cuello cual boa constrictor. Son la escoria de los bajos fondos y Krahe, probablemente podría haber cantado sobre otros idiomas reptilianos, de calidad más nauseabunda, si cabe. No necesitamos ir más allá…
‘Hay otros mundos, pero están en éste, hay otras vidas, pero están en ti’
Paul Eluard
Injusticia social
Existen otras grandes zonas que a su vez están divididas en fracciones más pequeñas. La nada suele alimentarse especialmente de estas zonas porque pareciera que pasaran más desapercibidas. En ese empeño andan los medios que se encargan de chupar de la madre patria. Esas fracciones representan la base de una pirámide que sustenta al tirano gordo y enfermo de avaricia. Un tirano que escupe las sobras de la vanidad sobre chiquillas que estudian tirando de generador para sacarse la ESO. La brecha social, esa frontera abstracta que viene ensanchándose a pasos agigantados, nos llega por todos los flancos, pero no la vemos, no la escuchamos, cuando el estruendo es aterrador y el tamaño descomunal.
La nada no pasa hambre porque se alimenta del hambre del mundo, esa que se mide con medidas antropométricas. Esta pandemia mundial, pasa de forma velada porque no existe aquello de lo que no se habla, que utilizar aquello de acabar con el hambre en el mundo en certámenes de belleza ya está muy manido. Y que, además, está muy feo hablar en ciertos medios de las penurias del mundo, sobre todo si son del país propio, que empezamos a pensar por qué pasa eso y lo otro y nos da por hacer conexiones y pensar… Eso no interesa. Nos quieren en silencio, pero si hay que hacer ruido, prefieren que sea rebuznando.
Mientras escribo algunas de estas palabras, se conoce la noticia que centenares de personas fallecen en un naufragio en Grecia porque nadie los rescata y demuestra las políticas criminales de los países en medida de inmigración. El problema es que se ha creado un caldo de cultivo donde los mensajes de odio a la inmigración se han normalizado ayudados por los medios de comunicación.
Mientras cinco millonarios perdidos en el fondo del mar movilicen costosos recursos para rescatarlos, este mundo seguirá perdido en la nada más profunda.
Y, hoy, años después, se vuelve a repetir la historia…
La Inconciencia de clase
Tener conciencia de clase parecería algo fácil de sentir, si no fuera porque la mitad de la población no la tiene. Cuando hablamos de conciencia de clase, podrían venirnos a la mente actitudes y pensamientos relacionados con la política, y no está del todo desencaminado.
Así, hablaríamos de una herramienta con la que cuentan los individuos que les proporciona la conciencia de que pertenecen a una determinada clase social y pueden actuar socialmente en consecuencia y en defensa de sus intereses. Por tanto, podrían organizarse en una clase, digamos obrera proletaria, cuya finalidad sería combatir la explotación sufrida por parte de, llamémosla clase burguesa capitalista, así como evitar la alienación del propio individuo.
El problema viene cuando es, precisamente, la clase la obrera la que pierde su conciencia de clase ya sea bien porque están manipulados por los medios/políticos o porque se dejan manipular. Y es que en un mundo donde la información está al alcance de todos, si no estamos bien informados es porque no hay interés en ello.
La nada está a rebosar de personas que no tienen conciencia de clase. Y es que estos sujetos están concentrados en la escala baja de la pirámide social. Esto es fácil de entender cuando vemos como la clase alta, burguesa y adinerada sabe lo que quiere y enarbola el estandarte de aquello sin ambages. Entonces surge la pregunta de por qué esa percepción se perdió y en qué momento. Lo curioso de este fenómeno es que siempre se da de abajo hacía arriba y no al revés.
«El mundo empresarial tiene una conciencia de clase a un nivel que Marx nunca hubiera imaginado»
Noam Chomsky
Lenguas viperinas dicen que no está de moda tener conciencia de clase, es de paletos, pero la verdad es que los momentos oscuros se acercan tan rápido que su murmullo entra por las rendijas de las ventanas haciendo que los postigos no paren de golpear en la pared. Nuestra conciencia es más necesaria que nunca.
Desigualdad de género
Y llegó la «madre» del cordero de la nada. La nada se descojona con las desigualdades desde su trono de ramera. Y es que nada es por casualidad, cómo hablamos es tan importante tanto o más a cómo nos comportamos. Y es que puta, es femenino; ramera, es femenino; hija de puta, es femenino; zorra, es femenino; amargada, es femenino; histérica, es femenino, and so on.
Las desigualdades comienzan con los colores, siguen con los juguetes, se mantienen con el lenguaje y la diferencia de salario. Todo eso se sostiene con la red biológica; el cuerpo femenino está diseñado para parir y en ese proceso su cuerpo se transforma de forma que no solo aumenta de peso y volumen y las mamas se vuelven colosales, sino que se sufre de estreñimiento, hiperpigmentación de la piel, ganas de orinar a todas horas y una larga lista interminable.
Las mujeres llegan a la pubertad y ya empiezan a suceder cosas, la menstruación nos determina, nuestra rutina mensual y nuestro cuerpo sufre, también, dolores de ovarios, de espalda, cansancio, migrañas o cambio de humor. Y estos síntomas pueden ser más intensos dependiendo de la mujer. Algunas sufren dolores tan espantosos que solo se pueden comparar al momento del parto. Y es algo de lo que no se hablaba tanto, porque era algo de la mujer. Es un proceso denostado en todos los sentidos, por el olor, por las manchas -por si trae mala suerte, sí sí, incluso eso. En el pasado la ignorancia superaba todo lo imaginable, cosas que eran para caerse de culo…
Se dice que el umbral del dolor soportado y/o manejado por la mujer es mayor que el del hombre y que el hecho que la historia nos haya trasladado lo contrario con un «venga, hombre, no será para tanto» (porque nos lo contaron hombres), es un mero estereotipo. De hecho, no solo se sufre dolor físico, sino dolor psicológico y social. Porque son mujeres, están predestinadas a hacer, decir y soportar según qué cosas. Porque son mujeres, deben ser el foco de abusos a lo largo de su vida.
No es el primer caso que una niña es abusada por su padre o alguien cercano de su entorno familiar y/o amistades. Hay mujeres que han tenido que soportar abusos a lo largo de su vida, por sus padres, por tíos de amigas, por novios y extraños. Porque son mujeres, son continuamente cuestionadas, si visten de una forma, si sonríen más de la cuenta, si beben más de la cuenta y, en definitiva, si hacen lo que quieren.
Cuando yo era pequeña, había un vecino un tanto asqueroso que solía meterse con las niñas. Era un desgraciado que, también se metió conmigo y mis tetas. Al contárselo a mi madre fue a encararse con su mujer (porque estas cosas se hacían así) y un día en la tienda del barrio, esta mujer, su mujer, junto con otras mujeres, me acorralaron en la tienda preguntando esto y lo otro y que si eso no pudo ser, que era mentira. Yo era una niña pequeña acorralada por mujeres adultas que intentaban defender la honorabilidad de un pederasta en potencia…
El lenguaje, también, forma parte del entramado machista del hetero-patriarcado. No hay más que darse una vuelta por algunos titulares, incluidos los deportivos, que dan para mucho debate. Antes comentaba lo feminizado que son ciertos insultos, es decir, que a lo femenino se le ha dotado con una dimensión negativa que lleva arrastrando desde que se tienen testimonios. Salvando que cada persona es como es, que hay buenos y malos, la mujer se ha llevado, siempre, la peor parte.
Ni que decir tiene que todo el entramado machista está construido sobre la Cultura de la Violación. Esto no es tanto un insulto a ciertos diputados, sino un problema social y cultural que está aceptado y normalizado en cuestiones de género, sexo y sexualidad. Ambos se retroalimentan, pero, claro, para ser diputado en el congreso, digo yo, habría que conocer todas estas cositas.
Imagínense todo esto elevado a la décima potencia, a la centésima potencia, a la milésima potencia en algún país del continente africano donde aún exista la ablación de clítoris.
Las mujeres somos blancas, racializadas, lgtbiq+, deportistas, discapacitadas, jóvenes, maduras, ancianas, esbeltas, gordas, delgadas e incluso feas y guapas. Pero si hay algo que tenemos en común es la maldita desigualdad. Para comprobarlo, solo hay que darse una vuelta por cualquier empresa, instituto, universidad, casa, para terminar desquiciada por escuchar el mantra «ahora ya no es como antes»… Más Henar Álvarez y menos incels.
La nada lanza sus tentáculos y se alimenta de las desigualdades de forma continuada, a plena luz del día y con alevosía. Antes se sufría en silencio, ahora ya no, pero el afán por robarnos la voz aún existe.
Lo mental
El circuito neuronal es un caldo de cultivo para padecimientos tan variados como complejos. Casi todos hemos sido, somos y seremos susceptibles de padecer alguna patología mental. Unos lo experimentarán por primera vez, otros ya cargan una mochila con la que lidian con un mayor o menor grado de calidad de vida. Otros, no lo llevarán tan bien.
«La única diferencia entre un loco y yo, es que el loco cree que no lo está, mientras yo sé que lo estoy»
Salvador Dalí
Si la pandemia puso un tema sobre la mesa fue, precisamente éste. Y es que las enfermedades mentales siempre han estado entre nosotros, pero han sido consideradas como un estigma del que no se hablaba. Hasta que nos vimos abocados a lidiar con nosotros mismos en un espacio de 70 m2 o menos.
La salud emocional no enseñada en el seno familiar y en los colegios da lugar a situaciones mal manejadas, momentos desafortunados y tristeza, mucha tristeza. Así, algunos hemos visto como hemos tenido que aprender a sortear esos pensamientos grises que venían a arrastrarnos a la fosa más profunda de nuestra mente.
Se tarda mucho en conocer la ira, esa ira desatada, esa que camina contigo desde siempre. Se tarda aún más en aprender a controlarla. Antes de eso, algunos hemos pasado por intentos de suicidio, abandono de una misma, hasta límites higiénicos extremos -ya me entienden-, por autolesiones y por aislamientos autoimpuestos.
Yo sabía que me pasaba algo, pero no lograba alcanzar a saber la causa. Yo solo sabía que tenía que dejarme la cara como un santo cristo cada vez que iba a salir (aunque luego me echara kilos de maquillaje). Mi teoría era fácil, tenía que parecer lo más fea posible para que no se metieran conmigo. La adolescencia hizo estragos en mí.
Fue un poco antes de la pandemia. Hasta entonces tenía flashes, eran imágenes que no se clarificaban, como si tuvieran un visillo delante. El visillo sigue, claro, pero ya me dan igual esas instantáneas. Sé lo que son y ese capítulo está integrado, aunque no al 100 por cien, porque el trabajo continúa.
En pandemia fue duro porque tenía demasiado tiempo para pensar y un martillo neumático sonando todo el día (algunos seguían trabajando). Estudié cosas para ocupar el máximo posible de ese tiempo, pero el martillo pilón cabrón me recordaba mi movida. A veces no sé si eran mejor esos ataques de ira que el silencio. El silencio te va comiendo por dentro hasta hacerte desaparecer. En fin, unos años después, lo puedo contar.
Hasta qué punto se hizo tan importante salir al exterior para ver la vida…
De la amistad y esas cosas
Siempre he tenido un pensamiento subyacente a todos mis actos relacionados con la amistad y es que creo firmemente que ésta está sobrevalorada. Por eso la he incluido en una pequeña parcela de la nada. Las mayores traiciones se suelen dar entre amigos y por eso son grandes traiciones.
Aunque la pandemia nos regaló grandes momentos de solidaridad, que es una cosa bien distinta, hubo amistades que se fueron al carajo como si Thanos chasqueara los dedos. También, se reavivaron otras que andaban en dique seco, todo hay que decirlo. Pero la vida es una condenada miserable que no deja de mostrarte la cara oculta de personas que pensamos que son seres de luz.
De repente se entremezclan odios con envidias y situaciones desquiciantes que total, para lo que vamos a vivir en este mundo, se manda todo al cuerno que yo lo que quiero es paz mental. Por otro lado, el anhelo de ajenos por tener una cercanía imposible, resulta que en el momento de la verdad, va y se queda en nada. Y es ese abandono el más doloroso, porque se coloca el listón a una altura razonable, pero no llegan, ni de lejos. Y ese dicho que dice «No esperes nada de nadie y así no te llevarás decepciones» como que tampoco funciona. Tener amigos viene con una mochila, a veces, no deseada…
La decepción es casi imposible de controlar y manejar. Es como un duelo, es una pérdida. Y como todo duelo, dura lo que cada uno aguanta, puede y/o quiere. Cada cual que baraje lo que desea soportar.
«La decepción es solo la acción de tu cerebro al reajustarse a la realidad después de descubrir que las cosas no son como creías que eran»
Brad Warner
Bueno, como siempre el pragmatismo tiene una respuesta para todo para que dejemos de hacernos pajas mentales…
Cambio climático
El clima está cambiando y lo viene haciendo desde hace tiempo cuando la revolución industrial se encargó de expulsar basura al aire en unas cantidades tan ingentes que hoy sería una auténtica salvajada. Hace más calor, durante más tiempo. Términos como mitigación, adaptación, economía circular o justicia climática llevan pululando entre nosotros desde hace demasiado tiempo. Otras conceptos, nuevos, más desagradables, como ecofascismo, están campando a sus anchas por la nada encargándose, entre otras cosas, de agrandar las brechas sociales.
En este hastío están ardiendo miles de hectáreas de extensión de naturaleza viva. Recién llego a mi país, compruebo lo que digo con Tenerife, Canadá e, incluso, mi propia ciudad en este día de hoy. Por eso, acciones como las que llevan a cabo #ExtintionRebelion o #FuturoVegetal son tan necesarias.
En pandemia me dediqué a estar hiper informada de todo lo que le sucedía a la tierra. Pasé horas viendo vídeos, escuchando podcasts y leyendo trabajos y blogs de científicos. Creo que no me equivoco cuando digo que terminaba llorando casi todos los días.
En el 2020, un estudio de #Oxfam señalaba que el 1% de la población rica producía el doble de emisiones de CO2 que el 50% de la población más pobre (21 de septiembre, 2020). Creo que las cifras no han cambiado mucho a día de hoy demostrando, una vez más, que son las clases más desfavorecidas, de nuevo, las que padecen la brecha energética.
Este último verano (2024) ha hecho calor, mucho. Y yo, personalmente, lo he pasado mal con mi recién estrenada menopausia, porque soy mujer, claro. Y he tenido que tirar del aire acondicionado casi todos los días, porque creía morir. Creo no ser la única persona que se ha sentido culpable por tener que hacer esto sabiendo las consecuencias. A nosotros, personas de clase baja, nos duele tener que hacerlo, porque somos personas y porque el oligopolio económico capitalista nos ha regalado una mochila cargada de culpabilidad.
Y han hecho muy bien su trabajo, porque mientras nosotros sufrimos por el efecto invernadero y el uso de combustibles fósiles, ellos, los de Repsol, BP y demás, viven tan felices con sus dividendos. Es más, después de la pandemia la cifras relacionadas con el aumento de la temperatura de los océanos, el derretimiento de los glaciares y/o de CO2 han aumentado de una forma terrible. Es como si nos hubiésemos rendido (o nos hubiesen rendido) o decidido tirar la casa por la ventana. Yo creo que, más bien, es lo segundo.
También hemos aprendido conceptos raros como la AMOC (por sus siglas en inglés, Atlantic meridional overturning circulation), Bucle de circulación Atlántico -o Circulación de vuelco meridional del Atlántico- que transporta eficazmente calor y sal a través del océano global y modula fuertemente el clima de la Tierra. Es una especie de termorregulador de temperatura y salinidad que hace que ciertas partes de la tierra tengan frío y/o calor. Si este termorregulador se escacharra, vamos a pasarlo verdaderamente mal.
Para evitar que nos vayamos a la mierda, nada mejor como instaurar un sistema decrecentista. El problema es que el decrecimiento va en contra del capitalismo. No nos educaron para ello, no nos prepararon, no quieren los de arriba, los que mandan de verdad. ¿Qué más tiene que ocurrir para tomemos conciencia de la realidad? ¿Cuántos científicos más tienen que salir a la calle a manifestarse? ¿Cuántas criaturas con nombres y apellidos tienen que tirarse al mar para intentar llegar a las costas de otros países y no dejarse la vida en el intento? ¿Cuándo se dejará de expoliar a esos países?
Un testimonio
Para terminar este apartado, dejo la comparecencia de Antonio Turiel (crashoil) en el Senado español el 12 de abril de 2021:
La Injusticia
Una de las mayores parcelas de la nada es aquella que permite todo lo anterior. La justicia es una palabra femenina con una connotación tan negativa como la propia imagen, representada con la figura de una mujer1, enfundada con una túnica de corte grecorromano y que vemos marcando figura, además de llevar los ojos vendados.
En una mano sostiene una balanza y en la otra una espada: la balanza representaría el acto de juzgar de forma justa y equilibrada; la espada, significaría la razón de la justicia, ya sea a favor o en contra de ambas partes; esta señora lleva, más recientemente, una venda en los ojos en representación, por un lado, de la ceguera de la justicia y, por otro lado, de la fe en la misma.
La justicia, simplemente, está herida de muerte por culpa de togados corruptos que riegan con putrefacción las mal llamadas ciudades de la justicia, nombres que tanto gusta poner a las ratas a estos lugares construidos sobre una montaña de sobrecostes. Esta impostora cuenta con la cooperación necesaria de alimañas con uniforme monocolor, aquellos que nos deben cuidar, terminan por reptar siguiendo la estela de heces que van dejando las ratas y togados. Perdonen mi lenguaje soez, pero no me sale de otra manera, no meren ser descritos de otra manera.
Actualmente tenemos casos de injusticias para llenar libros y libros. Los seis de Zaragoza, Las seis de La Suiza, Pablo Hasél, Valtonyc, Los titiriteros, El crimen de Alcásser2 o El caso Wanninkhof (por no olvidar uno de los mayores escándalos judiciales y mediáticos) y un largo etcétera. En la Wikipedia hay una descripción de éste último caso que dice: (…) en un ambiente de histeria popular creado por los medios de comunicación y en un juicio plagado de irregularidades por parte de las autoridades judiciales y policiales (…). Creo que este extracto resume bastante bien el contexto de entonces.
Luego podemos hablar de aquellos casos fake, manejados a través de un anglicismo que se ha colado en nuestro lenguaje, el lawfare. El lawfare nos ha regalado auténticas bestialidades. Salvajadas, por cierto, que salen del erario público, es decir, de nuestros impuestos. Cada vez que se admite a trámite una denuncia, se movilizan los recursos del estado. Da igual que sea verdad o mentira -que normalmente lo son. Pero cuando es mentira duele en nuestro bolsillo, mucho. Todos sabemos de los casos de lawfare más sonados del panorama judicial y político:
Rodrigo Torrijos (IU).
Sindicato Andaluz de los Trabajadores (STA).
Podemos.
Alberto Rodríguez.
Ada Colau (Comuns).
Isa Serra.
Vicky Rosell.
Dina Bousselham.
Pablo Iglesias Turrión. Seguramente me habré dejado alguno, por lo que pido sinceras disculpas.
1.- Curiosa la elección de una figura femenina. Nos ponen y nos quitan oye, tienen una facilidad…
«Porque fueron, somos. Porque somos, seremos y serán»…
Cuando tuve conciencia acerca de la memoria histórica fue cuando supe de la historia de mi abuelo José. Mi abuelo era el padre de mi padre, el verdadero. Mi abuela Julia se quedó embarazada de mi padre y aún no se habían casado. De mi abuelo José solo sé dos cosas: Una, que era mi abuelo de verdad y otra, que una noche la guardia civil se lo llevó y ya no se supo más de él. Mi abuela era madre soltera y supongo que se vio abocada a casarse para aparentar. De ese otro señor, no voy a hablar, porque era un desgraciado.
La pena, más grande, que tengo es no saber, ni siquiera, los apellidos de mi verdadero abuelo. Pero es un desconocimiento forzado por todos aquellos familiares mayores que han estado relacionados, de alguna manera, con la familia de mi padre. Nadie, absolutamente nadie quiso saber quién era mi abuelo. Lo borraron de la historia, pero literalmente. Desconozco cómo podría buscarlo, si quisiera. Es duro no saber.
Datos
El 20 de octubre de 2022 se publicó en el BOE la Ley 20/2022, de 19 de octubre, de Memoria Democrática. Esta ley dice cosas muy grandilocuentes y, si me permiten, hasta emocionales. Pero la realidad es que, a día de hoy, son muchos lugares en España donde se pasan esta ley por el arco del triunfo. Por ejemplo, Madrid, ese lugar que se ha convertido en una fosa séptica donde va a parar toda la mierda y la porquería habida y por haber de la España cañí. Aragón, Valencia, Castilla y León, Cantabria y, en general, aquellas donde gobierna la derecha -que todos sabemos de dónde viene- en mayor o menos medida.
España está como está porque viene de raíces franquistas. La judicatura, los cuerpos de seguridad, de repente, se dieron cuenta que eran demócratas. Está sobradamente comprobado que la Transición se construyó sobre la ausencia de condena del régimen franquista. Hablamos de Impunidad de los crímenes cometidos, de muertos enterrados en cunetas y de familias enteras rotas.
Que la primera ley de memoria histórica y las sucesivas con modificaciones no funcionan y su cumplimiento es quebrantado una y otra vez, no ni más ni menos por culpa de la puñetera modélica Transición. La España rancia seguirá infringiéndola cada vez que le salga de las narices, mientras no suceda nada en torno a la Ley de Amnistía de 1977 (aka Ley 46/1977, de 15 de octubre, de Amnistía).
Pero siempre habrá algún imbécil que te dirá, «No hay que remover el pasado«. Y yo seguiría, «Ven pá cá Mariano, que te voy a decir unas cuantas cosas», para acto seguido mandarlo a la mierda.
Como guinda de este punto, recomiendo muchísimo el documental «El Silencio de Otros» (The Silence of Others). Una película de Almudena Carracedo y Robert Bahar que trata de la lucha de las víctimas del franquismo.
Un acto de contrición
Que yo, tampoco, he sido una santa, es un hecho. Que han abusado de mí en casi todos los sentidos, es otro hecho. Por lo tanto, mi acto de contrición ha estado encaminado a conocer esas actitudes y a trabajar sobre ellas.
Confieso no haberme querido más y haber perdido muchos trenes por no haberme valorado lo suficiente. Asimismo, confieso no haber sido buena persona en determinadas acciones. Admito no haber tenido carácter para afrontar abusos, y poner límites, que con un «vete a tomar por culo, desgraciado/a» se hubieran acabado. Confieso que he recaído en abusos por aquellas mismas personas con las que me prometí que no volvería a caer. Confieso que cada día me cuesta levantarme y arrancar. Que he perdido la esperanza tantas y tantas veces, más de las que puedo recordar.
Sobre todo, confieso ser débil, a pesar de la imagen que muchos se han hecho de mí, sin ir más allá. Confieso haber juzgado antes de conocer y luego llevarme agradables sorpresas. Y viceversa, no hacerlo y llevarme sorpresas muy desalentadoras. Confieso haber pasado mucha vergüenza en situaciones que parecía lo contrario. Confieso odiar mucho a algunos hombres, aún.
Y confieso estar cansada, también, de no hacer lo que se espera de mí y de esa gente que lo espera. Pero más cansada de manipuladores y tiranos/as que están alrededor de nosotros. Confieso, además, procrastinar de forma activa, activísima. De tomarme muy en serio lo de Dejar para mañana lo que puedas hacer hoy.
Confieso ser una mala hija. Al menos, confieso no haber sido la hija servicial y deseada que mis padres hubiesen querido. Buena estudiante, responsable de las labores del hogar, acorde a los estándares morales y un sinfín de tonterías socialmente aceptadas con alevosía y religiosidad.
Confieso no querer estar aquí y que la readaptación me está costando un esfuerzo colosal. De no querer hacer vida social – pero con absolutamente nadie- y de no querer hablar con nadie. Estoy bastante harta de leer en webs de psicología, respecto a la vuelta al país de origen, solo estupideces que no me apetecen nada. Confieso que me ha costado mucho volver a escribir, porque estaba bloqueada, y que, de hecho, he tardado mucho en escribir este ensayo.
Confieso estar desquiciada por mis cambios hormonales y que no soporto tener que estar pendiente de la báscula por haber cogido peso, y que la menopausia me está volviendo loca -y que cuando me ven algunas personas, sale la bromita de estar fondona. Que no puedo más cuando me preguntan por mis «proyectos futuros» porque no me da la gana, si quiera, de contestar.
Por eso, siento ser y pensar de esta manera. Siento ser yo misma y siento ser persona. Preferiría ser un perro o un caballo o, quizás, un loro que da vidilla, yo qué sé. Las cosas son así, al menos hasta que me suceda algo distinto por algún azar maravilloso promovido por el universo que no para de co-inspirar.
Mientras tanto, seguiré trabajando, por supuesto, a mi ritmo…