Sensaciones, Mar Contreras

¿Quién no se ha hecho, alguna vez, una pregunta de corte existencial y/o filosófica? Tal vez, nos hayamos preocupado por el paso del tiempo, el amor, la salud, el cambio climático o la reproducción del percebe en las costas gallegas. Da igual, cualquier cosa es válida, tan solo tienes que ocuparte de ello..

Después de esta entradilla triunfal, seamos claros, todos o casi todos (menos los cantantes de reguetón) nos hemos hecho preguntas de la vida, como qué coño hacemos en este mundo terrenal, tan jodido últimamente; qué nos pasa por las mañanas primaverales cuando nos entra esa melancolía; y si somos chicas, a eso hay que sumarle la menopausia.

Claro, luego pienso que estamos demasiado ocupados en eso de llegar a fin de mes que así, aunque suene banal, se nos lleva media vida. Y es que la economía del hogar termina por sintetizarse en una entrada en el debe y un haber infectado de pagos, facturas y todos esos conceptos tan malsonantes. A partir de ahí, se entiende que acabemos por arrancarnos hasta el último pelo de la azotea intentando cuadrar el balance familiar.

Pero no contábamos con pandemias y situaciones distópicas para las que algunos no estábamos preparados y que pusieron a prueba nuestra psique. Eso, para los que vieron la luz en el 2020, porque otros ya llevaban su propio interruptor que tenían echando fuego de tanto on-off. Este es el caso que nos ocupa.

Esta disertación que podemos disfrutar, Sensaciones, es una oda a la vida y un canto al amor. Aunque, también, un maremágnum de dudas, porque la vida se mueve en color y en esas escalas de grises tan inciertas, a veces.

Portada «Sensaciones»

La vida, ¡ay, la vida! ¡Qué bonita es! ¿verdad? Y qué puñetera cuando hablamos de traiciones, desamores, síndromes de impostoras and so on… Pero, ¡qué bonita es cuando nos llega la brisa del mar y podemos saborear el salitre en los labios! Es ese olor…

La vida, ese trampolín que nos lleva de casilla en casilla o por esas escaleras que, tan arduamente, intentamos subir. La vida, esa que nos pone pedregosos y complejos caminos que van a parar a un solar diáfano. Varias sendas que coger, decisiones que tomar. Y, en un momento dado, todo se vuelve del revés o del derecho, según se mire, y llega el amor que todo lo puede y todo lo cura.

Ser madre, la soledad, la salud, el amor en la madurez, aprender a poner límites y a ser una misma, aceptándose con todas las consecuencias. «Aprender a desaprender», más o menos, como decía Eduard Punset, ese señor de las células… Y no pasa nada.

Mar es como el libro Gordo de Petete de las emociones, es la Wikipedia Humana de la Vida. También es el sol y la luna, es la ternura y, gracias al universo, por fin, la explosión de la rabia contenida. Mi madre dice de ella que es «mú finica» y yo estoy de acuerdo. Porque es mi madre que me ha parido y no hay más que hablar.

Mar Contreras, autora

Yo, que a veces pienso, durante esos trances, observo a algunas personas (menos a mí misma, que tengo para echarme de comer aparte – o de lejos, como diría mi amigo David). Total, que he llegado a la conclusión que la empatía, como concepto, ha tenido dueña una persona – vamos, si eso puede ser, claro – y es Mar. Ella ha sido y es la dueña de esa palabra por derecho propio.

Es más, si la expresión «Ponerse en los zapatos de otro» tuviera presencia, estaría personificada en ella. Al menos, hasta que dio un golpe en la mesa y se reivindicó. Como si gritara eso de Bohemian Rhapsody «Mama mia, mama mia, mama mia, let me go» y dijo que se pusieran ahora en los suyos (vamos, en sentido metafórico). Como muy bien dice ella, «…un buen día te das cuenta que has tenido motor y empuje para vivir, para sacar las cosas adelante…» así como «…no se puede vivir a la sombra de otros…». Pero, ya sabéis, eso que se dice que el que tuvo, retuvo y guardó para la vejez, pues eso.

Sensaciones nos habla de salir del pozo, de reconstrucción y resurgimiento; de tomar conciencia del Yo y la individualidad, que es única e indivisible; de darse cuenta de lo que nos rodea; de la propia existencia inherente, e intransferible, a cada uno.

Mar nos cuenta que la alegría viene acompañada del sufrimiento, que ambos forman parte de esta vida nuestra y que es la energía que ayuda a formar esa pupa que nos dará cobijo en el proceso hacia el renacimiento, convertidos ya en mariposa.

Esta disertación, también, nos enseña que la vida está llena de anhelos y que se pueden perseguir, algunos se pueden alcanzar y otros tantos no. Pero es el camino hacia el resultado el que, también, debemos disfrutar.

Sensaciones considera a la familia como una moneda de dos caras. La familia es el baluarte esencial, siendo una de las arterias que nos moldean, cómo somos, de la manera especial que somos.

Sensaciones, también, nos describe como seres sintientes, afectivos e, incluso, sentimentales -bueno, salvo excepciones. Solo tenemos que dejarnos fluir, permitirnos ser sensibles, disfrutar el amanecer o el momento del café matutino.

En definitiva, este libro emerge y toma forma desde esos diálogos internos, que a veces, nos martillean y otras son un leve soniquete que nos van indicando el rumbo. Mar plasma sus susurros íntimos, sus propios cuchicheos diarios, sus sensaciones, y nos los muestra para poder extraer más de una lección que aprender. O como yo prefiero verlo, un espejo en el que mirarnos.

Tendremos que crear alguna escuela del disfrute de la vida o una fundación llamada Enjoy your life, que ya sabes que los anglicismos son muy cuquis y están preparados para la vida moderna. Evidentemente Escuela de Sensaciones estaría mejor, claro. Y saldremos a la vida, con curiosidad, a olvidarnos de lo malo y a contarnos cosicas de las nuestras en un acto revolucionario de terapia mutua.

Y como dice S, «No me digas adiós, dime hasta mañana» porque adiós suena feo. ¿Por qué me resuena el estribillo ese de Pastora, «no me llames Dolores, llámame Lola»? No me quiero marchar sin antes mencionar algunas de las frases más célebres de E. Punset, porque, a pesar de sus luces y sus sombras, decía cosas como estas:

«Creo que primero hay que darse cuenta de que hay vida antes de la muerte y no estar obsesionado todo el rato para saber si hay vida después de la muerte»

Eduard Punset

“Teóricamente somos el ser racional por excelencia y, sin embargo, somos la especie más emocional”

El señor de las células

Mi favorita…

«Desaprender la mayor parte de las cosas que nos han enseñado es más importante que aprender»

El Einstein español

Gracias, V.

Imágenes:

  • Portada del libro: imagen cedida por la autora.
  • Imagen de la autora: cedida por la autora.
  • Citas extraídas de Elmundo.es (ciencia y salud).

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Nonsense and everything else, V

Grandes momentos estelares de la estupidez mundial, llevada a cabo por estúpidos en general. Sean gilipollas, imbéciles y todo el arco de la estupidez, en general.

Si me permiten un consejo y, si no, también se lo daré, porque aquí escribo yo, disfruten del momento, del aquí y ahora. Intenten ser solidarios, porque todo lo que va, vuelve y todo lo que sube, baja. Falsedades, las justas. Más que nada, porque eso jode. Si por ejemplo, son estúpidos, ¿para qué ocultarlo? Sean estúpidos y relaciónense con otros estúpidos. Hay relaciones que empiezan mal, por la estupidez, y luego la cosa promete. Pero, si por el contrario vas de guay y receptivo y luego la cagas, o te la cagan, mal para ti y bien para el otro/a, y viceversa.

Recicla, no desperdicies el agua, que el cambio climático te está alcanzando a ti también. Deja de joder al planeta, y no manipules al personal, que el plumero termina viéndose. Y, por favor, no vayas de alternativa y con conciencia social, y vayas diciendo por ahí que solo comes ensalada para estar más delgadita y yo qué sé qué historias más. Es en ese justo momento que quedas como el culo y a la altura del betún. Sé buena gente, en definitiva. Todo lo demás es una cagada que solo sirve para atraer un olor desagradable.

Intenten no hacerse ilusiones con cosas o circunstancias, porque ilusionarse, cuando no hay un resultado satisfactorio, es harto doloroso. Por otro lado, manténgase ocupados; esto es, vayan de viaje, lean, disfruten de un buen té o café, vean una obra de teatro, una película o hagan deporte. Ah, claro, que todo eso puede que tenga un coste económico. Entonces, no me hagan caso y, solamente, intenten sobrevivir y dejen de contarme problemas, que no estoy para nadie. Ah, que soy yo la que les habla a ustedes; entonces les dejaré en paz y me quedaré aquí, con mis pensamientos solo para mí, yo me escribo, yo me leo y yo me escucho. Permitiré que la estupidez me embargue, total, siempre me ha gustado moverme en este espectro. Lo demás me resulta soberanamente aburrido.

Llegados a este punto, estaría bien diferenciar las clases de estupidez. Como es normal, muchos hemos pensado, en algún momento, que la estupidez está relacionada con un bajo nivel intelectual; vamos, que todos los tontos tenían que ser estúpidos y, no hijo no. Parece ser que algún psicólogo aburrido* de la vida se dedicó a establecer los tipos de estupidez dando lugar a tres categorías:

1. En un primer nivel estarían, obviamente, los estúpidos ignorantes y seguros de su propia estupidez. Éstos estarían en la cúspide de la estupidez porque son aquellos que alcanzan el tope de riesgo sin tener ni puta idea de cómo arreglarlo, sabiendo que la van a cagar.

2. En el grado medio de estupidez estarían los que se mueven en el límite de la patología TOC. No son enfermos pero casi porque, los estúpidos, no pueden controlarse.

3. Que eres despistado, descuidado y/o olvidadizo, también te tocó algún grado de estupidez. Vamos, que no hacemos nada a derechas porque una mosca es más interesante o porque no tenemos ni pajolera idea.

Yo, a esta clasificación, añadiría la de estúpido cabronazo CIS hombre hetero egoísta. Hablaríamos de un individuo que siempre, siempre antepone su intereses a los de los demás. En la mayoría de las ocasiones termina metiendo la gamba, sobre todo con la pareja, con la que se ensaña en ocasiones, de manera ignorante (para más inri), para terminar declarándose como víctima necesaria.

En el contexto actual, vemos estos diferentes grados de estupidez a diario. La televisión, las jodidas redes sociales y el internet (de las cosas) dan cancha ancha para sembrar de estupideces varias, nuestras vidas.

En fin, tras esta deriva continental, me despido porque por estos lares asiáticos ya va siendo harto tarde y, además, no deja de llover lo cual me lleva a un estado anímico y gris que no me gusta. No me apetece nada, no deseo nada, no hablo, no nada…

Sean buenos, felices y estúpidos, también…

V.

* Extraído de https://www.abc.es/ciencia/abci-descubren-cuales-tres-tipos-estupidez-puede-sufrir-humano-201512291259_noticia.html

*Imagen extraída de mentesalacarta.com.

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«Ordenar los muebles». Por V. Santisteban.

Cuando el confinamiento nos convierte en un mueble…

Silencio, presión, desconcierto, miedo, horror, miedo otra vez…Son muchos los adjetivos que le asaltan a uno y a su cada vez más desmarañada cabeza. Una oleada de información que se va atascando hasta que termina por pararse. La taza derrama el colmo y la mesa derrama el líquido por el piso. Y te ves recogiendo todo lo vertido, cual sueño astral. Por un momento me acuerdo de mi madre fregando el suelo de rodillas, sobre la esponja en forma de B tumbada, cuando aún se hacía a la antigua usanza.

Mascara medieval para evitar la peste negra

Así es el torrente con el que estamos lidiando cada día. Es insufrible, insoportable, indecente. A este cóctel hay que añadir el estado físico, una disciplina auto-impuesta que genera ansiedad por defecto, por el exceso de peso, y que ahora sufre sobrecarga, por el exceso de trabajo, que sueles incumplir más de lo que quisieras. Por lo que tienes que volver a la casilla de salida. Otro ingrediente es el intelecto. Una oleada de literatura inunda tus dispositivos. Si el tiempo lo permite, llevas uno o dos hacia adelante, siempre que las jaquecas o migrañas te den permiso.

Si tu auto-infligida disciplina no te ha causado ya un reventón de neuronas, todavía puedes ser ese chef fantástico, repelente y absurdo que tanto odias. Que quieras tener la Termomix no te eleva al olimpo de los dioses, solo te brinda la entrada a un club de cierta élite que detestas. Somos lo que comemos, pero hay quien no puede permitirse el lujo de plantearse esa reflexión.

Los demonios acechan estos tiempos. Demonios internos y externos. Los segundos son más o menos controlables, pero ¡ay de los primeros! Esos son la mosca cojonera de la corteza cingulada. No todo son días de vino y rosas y la convivencia puede zarandear los cimientos de esa parcela personal de la vida que tienes tan coqueta. El temple se agota o te agota, el tiempo pasa factura, la tristeza durmiente aflora y la rutina de ejercicios diaria no parece suficiente. La lectura, no parece suficiente o esa ristra de series y películas que te vinieron recomendadísimas tampoco parecen bastante consuelo. Raros tiempos para Pedro Almodóvar, Woody Allen, películas de corte indie, o de bajo presupuesto. O no, si quieres disfrutar la tristeza…

Entonces resulta que una mañana te das cuenta que la rutina te ha ganado, eres un neo esclavo de este nuevo tiempo extraño que te ha tocado vivir. Esclavo del planning autoimpuesto, del fitness, de la música, del cooking, del reading, del estudio, de la depiladora y del blog. Eres un mueble sentado sobre otro mueble mirando un ordenador, en ropa de sport, interior, y/o zampándote un bollo. Ahora sano, ahora inteligente, ahora en forma, ahora fofo, ahora feo, guapo…

Si en toda esta vorágine de sensaciones, aún nos queda tiempo, podemos sumergirnos en el maravilloso mundo de las RRSS. Una suerte de guerra campal en la que todo vale, todo está permitido, todo es cierto, todo es mentira, todos son excelentes contertulios doctorados en la Universidad de los bajos fondos cuyo lema es Hoc est verum.

Y a veces te haces preguntas acerca de la raza humana y su condición, de la vida, de la muerte, del amor, de la tristeza, del sufrimiento ajeno… Echas la mirada atrás y te dices, «más pasaron aquellos del 10, 20, 30» y te haces un ovillo en el sofá, mientras ves la serie esa que te recomendaron, esperando el día del estallido. Y recuerdas, entonces, que fue ayer cuando tu cuerpo dijo «basta». Solo querías gritar de dolor.

¿Un respiro?

No pasa nada, mañana será otro día…

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