«Aislado de ti» por Victoria Santisteban

Amor en tiempo de pandemia. Porque el amor es atemporal, no tiene fronteras ni cadenas que le confinen…

Amor en tiempo de pandemia

Confinado en el pasado reciente

Anhelo tu mirada sosegada

La que fue rutina nos es cortada

Y vuelve a nosotros frecuentemente.

Me agarro con sentimiento ferviente

A su inexcusable llegada ansiada

Oír la respiración de mi amada

El sonido de su verbo inocente.

¡Ay su almohada emana su perfume!

Embarga mi alma, apenas yace muerta

Abrazado, no vencido e incólume.

Amor verdadero

Y percibo que esta vida presume

De robármela de forma encubierta

Por algo invisible que la consume.

V.

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«Ordenar los muebles». Por V. Santisteban.

Cuando el confinamiento nos convierte en un mueble…

Silencio, presión, desconcierto, miedo, horror, miedo otra vez…Son muchos los adjetivos que le asaltan a uno y a su cada vez más desmarañada cabeza. Una oleada de información que se va atascando hasta que termina por pararse. La taza derrama el colmo y la mesa derrama el líquido por el piso. Y te ves recogiendo todo lo vertido, cual sueño astral. Por un momento me acuerdo de mi madre fregando el suelo de rodillas, sobre la esponja en forma de B tumbada, cuando aún se hacía a la antigua usanza.

Mascara medieval para evitar la peste negra

Así es el torrente con el que estamos lidiando cada día. Es insufrible, insoportable, indecente. A este cóctel hay que añadir el estado físico, una disciplina auto-impuesta que genera ansiedad por defecto, por el exceso de peso, y que ahora sufre sobrecarga, por el exceso de trabajo, que sueles incumplir más de lo que quisieras. Por lo que tienes que volver a la casilla de salida. Otro ingrediente es el intelecto. Una oleada de literatura inunda tus dispositivos. Si el tiempo lo permite, llevas uno o dos hacia adelante, siempre que las jaquecas o migrañas te den permiso.

Si tu auto-infligida disciplina no te ha causado ya un reventón de neuronas, todavía puedes ser ese chef fantástico, repelente y absurdo que tanto odias. Que quieras tener la Termomix no te eleva al olimpo de los dioses, solo te brinda la entrada a un club de cierta élite que detestas. Somos lo que comemos, pero hay quien no puede permitirse el lujo de plantearse esa reflexión.

Los demonios acechan estos tiempos. Demonios internos y externos. Los segundos son más o menos controlables, pero ¡ay de los primeros! Esos son la mosca cojonera de la corteza cingulada. No todo son días de vino y rosas y la convivencia puede zarandear los cimientos de esa parcela personal de la vida que tienes tan coqueta. El temple se agota o te agota, el tiempo pasa factura, la tristeza durmiente aflora y la rutina de ejercicios diaria no parece suficiente. La lectura, no parece suficiente o esa ristra de series y películas que te vinieron recomendadísimas tampoco parecen bastante consuelo. Raros tiempos para Pedro Almodóvar, Woody Allen, películas de corte indie, o de bajo presupuesto. O no, si quieres disfrutar la tristeza…

Entonces resulta que una mañana te das cuenta que la rutina te ha ganado, eres un neo esclavo de este nuevo tiempo extraño que te ha tocado vivir. Esclavo del planning autoimpuesto, del fitness, de la música, del cooking, del reading, del estudio, de la depiladora y del blog. Eres un mueble sentado sobre otro mueble mirando un ordenador, en ropa de sport, interior, y/o zampándote un bollo. Ahora sano, ahora inteligente, ahora en forma, ahora fofo, ahora feo, guapo…

Si en toda esta vorágine de sensaciones, aún nos queda tiempo, podemos sumergirnos en el maravilloso mundo de las RRSS. Una suerte de guerra campal en la que todo vale, todo está permitido, todo es cierto, todo es mentira, todos son excelentes contertulios doctorados en la Universidad de los bajos fondos cuyo lema es Hoc est verum.

Y a veces te haces preguntas acerca de la raza humana y su condición, de la vida, de la muerte, del amor, de la tristeza, del sufrimiento ajeno… Echas la mirada atrás y te dices, «más pasaron aquellos del 10, 20, 30» y te haces un ovillo en el sofá, mientras ves la serie esa que te recomendaron, esperando el día del estallido. Y recuerdas, entonces, que fue ayer cuando tu cuerpo dijo «basta». Solo querías gritar de dolor.

¿Un respiro?

No pasa nada, mañana será otro día…

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«El diario de Ana Frank», Annelies Marie Frank.

No encuentro obra más universal que represente el significado de la palabra confinamiento como El Diario de Anne Frank. Como tampoco encuentro otra obra similar que represente el amor sincero e inocente de una niña que vive su juventud como solo se puede hacer, con toda su fuerza.

Cuando era jovencita recuerdo que sentía este libro muy lejano. Era un libro del que pensaba que no era para mí, no podría ser para mí algo así. Yo andaba en otras cosas y, cuando me paraba a pensar, me reafirmaba en la idea que no, efectivamente, no era para mí. ¿Por qué me iba a interesar la historia de una chiquilla que se esconde de los nazis con toda su familia que eran judíos? ¿Quiénes eran los judíos? ¿Por qué querría leer algo así con un final así de trágico? Por entonces, yo no podía permitirme ese lujo. Ya tenía suficiente con mi infierno privado… Un pavor y un dolor inmensos me invadían solo con mirarlo de soslayo. Sea como fuere, teniéndole conmigo, no quería seguir traicionando su memoria.

Así que te leí, Anne. Te leí entera, te sentí y te vi con mis ojos, te escuché hablar, reír y llorar. Eran tantas las ganas que tenía de abrazarte y de decirte no te preocupes, todo pasará, la adolescencia es así, es natural, es divertida, sin sentido, es un caos, un huracán de sensaciones y un montón de risas y cuchicheos. Es el mundo al revés, Anne.

Portada Diario de Ana Frank

Porque el mundo que te tocó vivir, era eso, el mundo al revés. Y del mundo tú sabías mucho, por eso eras un alma indomable. Te he sentido indómita, aventurera y, a la vez, tierna y dulce. Cierro los ojos y te veo, oigo tus engranajes al abordar otro de tus libros y te escucho correr de arriba a abajo en la casa de atrás, antes del silencio.

Anne Frank

Anne Frank tuvo que refugiarse junto con su familia en una vivienda anexa al edificio de oficinas donde trabajaba su padre, Otto Frank. Otto a sabiendas de lo que se les venía encima, fue preparando la casa para esconderse hasta que la guerra terminase. Los Frank, judíos de la clase acomodada, tuvieron que compartir la vivienda con otra familia judía, en precarias condiciones, pero a salvo de la Gestapo. En este contexto, Anne escribió su diario, a la sazón, en el que volcó sus pensamientos, inquietudes, sueños y esperanzas.

Como diario que era, Anne escribe su confinamiento con la sinceridad de una adolescente, con la tranquilidad de hacerlo sobre algo personal, íntimo y que es lo que le confiere la virtud, la belleza y su carácter único y, diría, irrepetible. Este diario ve despertar su sexualidad y erotismo, reflejado de la única forma que una chica de su edad puede hacerlo, con naturalidad y frescura. La atracción que el hijo de los Van Pels, Peter, y ella se profieren; la relación que tiene con su hermana Margot y que evoluciona, según avanza su diario; el tumultuoso vínculo con su madre; pero, sobre todo, la fidelidad y amor que le profesa al padre. Un oasis de ternura, cordura, sensibilidad, fraternidad, rodeado de barbarie sin sentido, caos, muerte y fanatismo.

Se me ocurren muchas cosas, podría llenar páginas enteras. Me quedaré con la idea que entre tanta maldad aflora lo mejor (y peor) de la condición humana. La valentía, el tesón, la solidaridad, la constancia, el optimismo, el amor y la esperanza de Anne. Una chica a la que le encantaba observar el cielo nocturno y adoraba la belleza de los árboles, que era la más feliz cuando sentía el aire en su cara. Pero por encima de todo, de ser ella misma.

Anne Frank nos dejó un testimonio hermoso. ¿Qué hay más bonito que leer las palabras de una adolescente que es feliz? Porque ella lo fue, a pesar de estar rodeada del infierno. Hasta que le robaron su vida, su risa y sus sueños.

Sería un tópico decir que ojalá los niños nunca tuvieran que sufrir las guerras y los conflictos de los adultos. Demasiadas pinceladas desde el punto de vista antropológico. Pero eso se lo dejo a los entendidos, no es mi caso. Yo solo sabría decir que los niños están para vivir, siendo felices, riendo, jugando, siendo niños. Pero me da que no hemos aprendido nada, el hombre sigue dando muestras de inmadurez. Quede este documento, testimonio, para recordar que la inocencia infantil está por encima de toda la mugre de nuestra condición humana.

Sinceramente creo que estos libros deberían ser propiedad de sus dueños en vida. Deberían ser historias contadas por una señora mayor, mientras enseña instantáneas de un antiguo álbum de fotos. Pero es un libro que trata de los últimos meses de vida de una chiquilla que vive con toda la fuerza de una joven que solo tiene ganas de vivir.

Tomemos conciencia de la vida. Porque la vida es para eso, para vivirla hoy, ahora, en este momento. No lo dejemos para el final de nuestros días, entonces será tarde.

Gracias Anne, allá donde estés.

  • Foto de la portada del libro extraída de megustaleer.com.
  • Foto de Anne Frank extraída de es.wikipedia.org.
  • Foto de familia y Peter van Pels extraída de annefrank.org.
  • Si deseas saber más sobre la historia de Ana Frank puedes consultar en el enlace https://www.annefrank.org/es/.

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