Ekhi: Siguiendo tu estrella, de Maite García e Igor Del Barrio.

     Antes de empezar a hablar sobre este libro quiero contar una anécdota que me sucedió el pasado 14 de julio allende los mares, al otro lado del mundo. Había sido mi cumpleaños el pasado mes de junio y mi marido, su compañero y un amigo de aquí fuimos a tomar unos pinchos. El chico, que vive aquí en Taiyuan, recordaba que fue mi cumpleaños porque mi marido se lo dijo. Pues este chaval, tan majo y buena gente, vino con un regalo para mi. Cuando lo vi, me recorrió un escalofrío porque lo primero que me vino a la mente fue el último libro que había leído. Según lo escribo ahora, siento lo mismo. El regalo era un colgante de jade con forma de hoja en tonos ocres y marrones claros, como los de una hoja seca, pero llena de vida. 

     Hace tiempo que dejé de creer en las señales, porque hace tiempo que me siento triste y una extraña soledad revolotea sobre mi cabeza, a veces buscada y a veces no. También es cierto que me encuentro en una etapa de mi vida en la que no me apetece socializar tanto como antes y no aguanto como antes a ciertas personas e individuos. Tampoco tengo por qué. La cuestión es que todo esto se detiene cuando estoy con ellos, con Javier y Belén. Ellos me transmiten la paz, el respeto y la libertad que necesito. Y desde ellos me llegó este libro, que yo ya tenía pensamientos de adquirir. Pero un buen día 1 de julio nos fue regalado en una ceremonia tan bonita que me emociono sólo de recordarla. Así pues, este libro se vino conmigo a tierras asiáticas. Pero no iba a ser ese el caso, porque después de leer las dos primeras páginas, me dije a mí misma «no puedo leer esto, no puedo». No paraba de llorar y no podía ni leer y sentí tanto dolor que lo dejé sobre la mesita de noche sin abrirlo. El fallecimiento de mi padre aún estaba muy cercano y me removía las entrañas. Y en el último momento lo coloqué en la bolsa del portátil. Cuando llegué a Moscú y, con tanto tiempo libre, lo abrí y casi lo terminé, pero la gente me miraba porque no dejaba de llorar y no soporto que la gente se me quede mirando. Es una sensación que no puedo controlar desde que era niña. Así que me refresqué y me fui a tomar un café que me rescatara de la ensoñación. En Pekín, tuve una aventura digna de una película de los Monty Python (Belén y Javier lo saben) y todo se solucionó como quien deslía una madeja de lana, con paciencia y tesón.

     Leer Ekhi, siguiendo tu estrella, ha sido como caminar de la mano de Maite e Igor, mientras me narraban este diario con una sonrisa en la cara. Es un libro tremendamente emocional y llorar me parecía una injusticia y sentía que no debía hacerlo, pero he sido incapaz de reprimir las lágrimas. Ni siquiera se trataba de la misma situación y el sólo hecho de hacer una comparación me produce una enorme culpabilidad, pero me imbuí en sus palabras de una manera que lo sentí en lo más hondo de mi ser. He llorado, he gritado y he tenido pataletas de niña herida. Todo eso me ha producido leer este libro. Y en un momento de paz, me quedé con esa carita de felicidad. Dios, pensé, «Yo quiero estar así ahora». Y entonces, me quedé rendida en el asiento del avión camino a Taiyuan. Cuando llegué aquí, le dije a mi madre que tenía que leerlo, que le ayudaría muchísimo. Hazme caso mamá…

Ekhi

     Compartir el tiempo y el espacio perdida entre las líneas de Ekhi ha significado un balón de oxígeno que me ha insuflado paz, serenidad y amor. Porque Ekhi es amor en estado puro, cada palabra, cada párrafo. Todo destila amor. No hay más que verles a ellos, sus padres, Maite e Iñaki, son la belleza. Y por eso, entiendo que esto haya desembocado en un proyecto solidario (más información en www.ekhiproject.org).

Autores de Ekhi: siguiendo tu estrella.

  Esta es la historia de la vida y como tal está llena de enseñanzas. Una historia de superación increíble, del día a día después de una terrible tormenta. Antes yo solía decir eso de «Nada sucede por casualidad, sino por causalidad». Ahora ya no lo digo tanto, pero como todo siempre existen excepciones y este libro es una de ellas.

Gracias Maite, gracias Igor, V.

Gracias Iñaki por conectarnos a todos.

Y, gracias a Javier y Belén por traer esta historia a mi vida.

* Dibujos de Juanjo Barón que ha colaborado desinteresadamente. Fotos cedidas por Igor Del Barrio.

*Si queréis más información acerca del proyecto solidario podéis entrar en www.ekhiproject.org.

*Iñaki Plaza no aparece en el post en imágenes. Pero si queréis información sobre él y su carrera musical podéis entrar en el enlace arriba indicado y en www.inakiplaza.com.

 

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«Frankenstein o El moderno Prometeo» de Mary W. Shelley.

Una historia de fantasmas

     Quisiera decir que en la noche de ayer me vi en la necesidad de levantarme en plena madrugada para comprobar que en casa sólo estábamos mi marido y yo descansando. Pero no fue así, ya que esa sensación está casi anclada en algún momento de mi vida, que no es ahora. En algunas ocasiones, y con ciertas lecturas, nos embarga el desasosiego y vemos fantasmas donde no los hay.

     Como suele pasar muchas veces, y en una reunión de amigos, muchas veces se habla, se arregla el mundo, se cuentan historias y se lanzan desafíos. Esta historia nace de una de esas reuniones, lanzando uno de esos desafíos. La reunión en cuestión era de unos amigos inmersos en el mundo de la literatura, Lord Byron y Mary Shelley entre ellos.  Y el desafío consistió en escribir una historia de fantasmas, la más terrorífica historia de fantasmas. Pero como pasa a menudo, algunos lo llevan a cabo y otros no. Mary S. sí que llevó hasta el final el desafío, como si fuese algo personal, ya que su mayor empeño era ser escritora. Así pues, nace Frankenstein o el moderno Prometeo.

     En una fecha indeterminada del siglo XVIII, un barco rescata a un hombre en pésimas condiciones en el hielo del Mar Ártico. Se trata de Víctor Frankenstein. El capitán del barco, Robert Walton, ávido de saber y de amistad, le acoge y le ofrece cuidados. Víctor observa en el capitán las mismas ansias de conocimiento que tenía él y que le llevó a la desgracia. Es entonces, cuando le revela toda la historia. Una historia que Walton relata a su hermana por carta, convirtiéndose así, en una espectadora en la lejanía de la terrible narración. «Frankenstein crea un ser al que le infunde vida, para más tarde abandonarlo a su suerte, tras descubrir su monstruosidad. Un  ser con alma que sólo busca amor y compañía».

     Una historia que no deja indiferente a nadie. Repleta de mensajes de todo tipo. El más alto, el de la inmortalidad, un concepto que nos acompaña desde tiempos antiguos. Pero yo me quedo en lo sencillo y no puedo más que empatizar con esa criatura que, sola, y vagando por el mundo buscando afecto, soporta horrores indescriptibles para conseguirlo. No puedo estar indiferente ante el empeño egoísta de aquel que habiendo creado, reniega de su creación.

     Décadas después de leer esta «historia de fantasmas», me veo en la obligación moral de rescatarla y traerla a mí de nuevo. Aún después de aquello, el cine tuvo el placer de bendecirnos con la adaptación de James Whale y la brutal interpretación de Boris Karloff en 1931 (¿quién no recuerda la escena con la niña?), y que quedó en nuestra memoria colectiva. Aunque de todas todas, siempre me quedaré con la versión de Kenneth Branagh como la más cercana a su relato original. Algún día comentaré cosas de interpretaciones bestiales…

Boris Karloff

     Cuando la leí la primera vez, me quedé hipnotizada por la criatura, por su amor e inocencia. Con el tiempo, además de eso, me agrada reconocer que el afán por saber de su creador fue la arteria y sin ella, la historia no tendría el carácter inherente que posee.

     Pero Nicolás Maquiavelo nos reveló que «el fin justifica los medios». Asimismo, las aportaciones de Baltasar Gracián cuando dijo «Todo lo dora un buen fin, aunque lo desmientan los desaciertos de los medios» (de su obra Oráculo manual y arte de prudencia, 1647); y Hermann Busenbaum, en el Manual de teología moral de 1645 «Cuando el fin es lícito, también los medios son lícitos (cum finis est licitus, etiam media sunt licita).  Pero, ¿qué es lícito y qué no? Esto nos llevaría a plantearnos los avances en la medicina de mano de los médicos nazis. La historia, por sí misma, nos regala sus propios monstruos de Frankenstein.

     En un momento de la historia del siglo XIX,  saber y entender que una mujer como Mary W. Shelley escribió este gran coloso, considerado como primero en el género de ciencia-ficción, de una dimensión sin precedentes, es una revolución en toda regla y como mínimo. Bastó hacerlo así, después de una reunión de amigos, para dar a luz esta genialidad. Los tiempos venideros sólo han hecho más que darle la razón.

Gracias M.S.

  • Foto portada original extraída de audiolibro.com.
  • Foto B. Karloff extraída de Pixabay.com.
  • Imagen de Mary Shelley extraída de wikipedia.org.

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