Siempre que he leído un libro he tenido sensaciones varias (alguna destacable, pero por lo general, normal). Pero desde que me dedico a hablar de ellos, intento exprimir al máximo cada obra e intentar, desde mi humilde posición, extraer todo lo posible, desde lo evidente, hasta el detalle más pequeño.
A veces lo consigo y, otras no. Pero este no es el caso. Sí tengo que decir que hay aspectos por los que me suelo decantar más, como es el lado emocional de la historia, del personaje y del autor.
Haber podido disfrutar de una obra de Javier Sierra, además de un privilegio, eso siempre, es como sentir que está delante y corpóreo, mientras te va desgranando la historia con su propia voz, entre curiosa y tenue. Siento una especial admiración por aquellas personas que son cercanas y sencillas y que destilan pasión por todos sus poros por aquello que hacen. ¿Por qué extraña circunstancia, a veces tenemos la sensación de conocer a una persona? ¿Que existe una familiaridad más allá de lo habitual? Pues eso me sucede con sus palabras. Al menos esa la percepción que tengo…
Aunque ha pasado tiempo desde que me dedicó esas líneas en la primera hoja, he de decir que la espera ha estado ocupada con otras cosas del mundillo. Hay otros tantos que también están aguardando. Y los que vendrán después…
Opino que cuando un libro te reclama tiempo y te descentra de otras actividades es porque su autor ha conseguido lo que deseaba, envolverte en su realidad. La forma en que el autor nos acerca a acontecimientos históricos, con su halo de misterio, es única. Esta historia, concretamente, nos traslada a finales del siglo XVIII a un Egipto abordado por los franceses, y un jovencísimo Napoleón, con el plan de cortar las rutas principales del dominio británico. Desgraciadamente su pretensión de vencer se vino abajo cuando la escuadra francesa fue hundida por el almirante Nelson. Javier Sierra nos presenta a un joven Bonaparte, con inquietudes, emocional y con un desmedido interés por conocer el secreto de la inmortalidad. Algo nada extraño ya que ha sido la mayor obsesión de la humanidad. Su autor construye de forma muy cuidada esta crónica por lo que resulta interesante encontrar personajes como el conde de St. Germain o Nicolás Flamel.
A partir de esta obra, el lector decidirá o no alimentar su curiosidad, para adentrarse en una investigación personal que le transporte a otras épocas. Cuando lo has hecho una vez, ya no se puede parar. Es terrible y satisfactoriamente contagioso. Esta historia pasará allí donde están los que me han turbado, allí donde regreso de vez en cuando a rememorar sensaciones. Cuando un libro activa tantos resortes, algo grande ha concebido su autor.
Deseo que la «pequeña pirámide» que el autor encontró en tierras almerienses, le gustase tanto como yo he podido disfrutar con su libro. «Ella» se hizo con mucho amor.
Gracias Javier Sierra. V.
* Las fotografías han sido extraídas de la web www.javiersierra.com con expresa autorización del autor, excepto la última que ha sido extraída de la web www.avizora.com.