«La pirámide inmortal» de Javier Sierra. Por Victoria Santisteban.

     Siempre que he leído un libro he tenido sensaciones varias (alguna destacable, pero por lo general, normal). Pero desde que me dedico a hablar de ellos, intento exprimir al máximo cada obra e intentar, desde mi humilde posición, extraer todo lo posible, desde lo evidente, hasta el detalle más pequeño.

     A veces lo consigo y, otras no. Pero este no es el caso. Sí tengo que decir que hay aspectos por los que me suelo decantar más, como es el lado emocional de la historia, del personaje y del autor.

     Haber podido disfrutar de una obra de Javier Sierra, además de un privilegio, eso siempre, es como sentir que está delante y corpóreo, mientras te va desgranando la historia con su propia voz, entre curiosa y tenue. Siento una especial admiración por aquellas personas que son cercanas y sencillas y que destilan pasión por todos sus poros por aquello que hacen. ¿Por qué extraña circunstancia, a veces tenemos la sensación de conocer a una persona? ¿Que existe una familiaridad más allá de lo habitual? Pues eso me sucede con sus palabras. Al menos esa la percepción que tengo…

     Aunque ha pasado tiempo desde que me dedicó esas líneas en la primera hoja, he de decir que la espera ha estado ocupada con otras cosas del mundillo. Hay otros tantos que también están aguardando. Y los que vendrán después…

     Opino que cuando un libro te reclama tiempo y te descentra de otras actividades es porque su autor ha conseguido lo que deseaba, envolverte en su realidad. La forma en que el autor nos acerca a acontecimientos históricos, con su halo de misterio, es única. Esta historia, concretamente, nos traslada a finales del siglo XVIII a un Egipto abordado por los franceses, y un jovencísimo Napoleón, con el plan de cortar las rutas principales del dominio británico. Desgraciadamente su pretensión de vencer se vino abajo cuando la escuadra francesa fue hundida por el almirante Nelson. Javier Sierra nos presenta a un joven Bonaparte, con inquietudes, emocional y con un desmedido interés por conocer el secreto de la inmortalidad. Algo nada extraño ya que ha sido la mayor obsesión de la humanidad. Su autor construye de forma muy cuidada esta crónica por lo que resulta interesante encontrar personajes como el conde de St. Germain o Nicolás Flamel.

El joven Napoleón

     A partir de esta obra, el lector decidirá o no alimentar su curiosidad, para adentrarse en una investigación personal que le transporte a otras épocas. Cuando lo has hecho una vez, ya no se puede parar. Es terrible y satisfactoriamente contagioso. Esta historia pasará allí donde están los que me han turbado, allí donde regreso de vez en cuando a rememorar sensaciones. Cuando un libro activa tantos resortes, algo grande ha concebido su autor.

     Deseo que la «pequeña pirámide» que el autor encontró en tierras almerienses, le gustase tanto como yo he podido disfrutar con su libro. «Ella» se hizo con mucho amor.

Gracias Javier Sierra. V.

* Las fotografías han sido extraídas de la web www.javiersierra.com con expresa autorización del autor, excepto la última que ha sido extraída de la web www.avizora.com.

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«Cartas al vacío» de Gemma Serradell. Por Victoria Santisteban.

     Efectivamente Gemma, mi intuición no me ha fallado. Aunque he tardado (porque llevaba, y llevo, más ejemplares a la vez, a pesar que normalmente no me gusta hacerlo), aquí te cuento cuáles han sido mis sensaciones.

     Realmente me ha parecido un libro emocional e intimista, muy tuyo. He cogido el testigo de tus cartas al vuelo, así como cae una hoja del árbol y la recoges porque intuyes que guarda un mensaje sólo para ti.

La autora, Gemma Serradell

Algunas de tus palabras me han sabido incluso mías, hasta ese punto has conectado conmigo, con anécdota añadida porque a veces me veía gesticulando con expresión de «claro,  es que es así». He sentido mucha humanidad de ti, cariño y rabia, dolor y pena, miedo, tristeza y fuerza. Y todo eso, en un mundo que va demasiado deprisa, se agradece.

En tu libro haces un viaje en el que haces escala en el optimismo y en el pesimismo, volviendo a la ilusión y al amor, como ave fénix que renace de sus cenizas. En tus propias palabras: […] Vuelves a volar, y a valorar el sol, las sonrisas de los demás, y de repente descubres la tuya, y tus ojos vuelven a brillar[…].

Me siento bien al ser una de las receptoras de tus cartas y de haber empatizado con el personaje de cada una de ellas.

Aunque el abismo mire dentro de nosotros, eso no le da carta blanca a poseernos. Para eso, podemos ayudarnos de palabras como las tuyas que nos enseñan que puede haber un punto y seguido. Por eso mismo, habrá que ser más atrevido y lanzarse a la vida. La peor zona de confort existe si la alimentamos.

Gracias Gemma. V.

* Las imágenes que aparecen en este post han sido cedidas por la autora.

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«La justicia manchada de España». Reflexiones y vivencias de un abogado. Vol. I. Por Victoria Santisteban

     Darío Fernández Álvarez es un abogado criminalista de una talla difícil de encontrar, fuera de la escala del nivel. Debiera ser habitual tener abogados profesionales, de convicción y vocación en esta España nuestra, y no sucede así, aunque haberlos haylos, pero andan muy escondidos. Nacido en Santa Fé de Mondújar, provincia de Almería, tuvo una especial situación familiar que no le impidió ser lo que fue y lo que es.

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    Darío Fernández decía con sus propias palabras, «Me han exiliado de la profesión por asfixia del sistema, ¡cuántos obstáculos he vivido para poder ejercer una abogacía decente! Y es que en los tiempos del «no ha lugar» por sistema (y la prevaricación) en el que los jueces eran (¿son?) más de conveniencia que de formación y los propios colegios de abogados tenían una casi nula resonancia, empezó a sobresalir un abogado de renombre (Su caso legal más conocido y mediatizado fue el Caso Almería). Y es que nuestro sistema parecía (¿parece?) estar lleno de fisuras tan colosales, como si de la Tectónica de Placas estuviésemos hablando. Un sistema corrompido por la arrogancia y prepotencia del «trinomio». Las comparaciones son odiosas, pero cuando se trata del sistema judicial, es un deber y Europa puede ser uno de los mejores espejos en el que mirarse.

El letrado Darío Fernández Álvarez

     Darío Fernández nos relata en este libro algunos de los casos en los que queda patente toda esta desfachatez y despropósitos.

    Yo no soy abogada, no tengo, ni de lejos, el perfil en el que hubiera pensado este señor, cuando escribió el libro. De hecho, su epílogo está dedicado a jóvenes abogados. Pero tengo curiosidad y el hecho de leer y estudiar (sí, estudiar) este valiosísimo ejemplar ha sido algo indescriptible. Me he enfadado, he llorado, he reído y he investigado. Me he sentido muy activa. Pero también, he conocido locuciones, actuaciones y protocolos del contexto judicial que desconocía, tanto los correctos, como los que no son correctos, e incluso, los atroces e injustos.

    Ha sido un viaje por sus palabras y sus sentires. Quiero mirarlo desde la justa perspectiva en la que un hombre, abogado, se dedicó en cuerpo y alma a hacer su trabajo de la única forma que conocía, bien hecho («Mi conciencia es mi único legislador»). Soy una privilegiada por haber disfrutado de su clase magistral y por sentir la llamada del conocimiento y la verdad. En alguna ocasión que alguien me he preguntado por esta lectura y, por ende, Darío Fernández, siempre he contestado lo mismo: Darío Fernández Álvarez es lo mejor que ha parido el derecho en este país y es de Almería.

Gracias Sr. Fernández Álvarez. V.

*Las imágenes han sido extraídas de la web www.arraezeditores.com y de www.noticiasdenavarra.com.

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