Silencio administrativo, Sara Mesa

El recorrido por el laberinto de pesadilla que supone para una persona en situación de sinhogarismo, solicitar la renta mínima.

Una vez…

Antes de empezar, quiero dejar claro que voy a intentar tratar esta reseña con todo el respeto y el tacto que se merece. Nada de lo que yo haya vivido se puede comparar con esta odisea y yo no soy nadie para compararme, tampoco.

Cuando era joven, entiendo que elegí ser una persona despreocupada por ciertas cosas. Como todo en la vida, las personas damos de sí lo que tenemos que dar y, por una situación personal, empecé a «ver» y mis inclinaciones focalizaron en temas más sociales. Según vas haciéndote mayor tus pensamientos, tu vida, tus inquietudes van cambiando en aspectos más concretos.

En ese momento específico de mi vida, me sentí tan perdida que me vi una mañana en una iglesia, allí sentada sola. No soy religiosa ni de lejos, detesto todo lo relacionado con la curia y tampoco creo en la existencia de Dios. Pero allí estaba, rodeada de imágenes, en silencio, frente a un altar con la imagen de cristo en la cruz en la pared. Y mi pregunta era, ¿qué va a ser de mí?, ¿qué voy a hacer? Ya no soy nada.

Al salir me topé con un comedor social, -ni siquiera sabía que estaba allí- y entré a preguntar de qué manera podía ayudar. Estuve unos meses de voluntaria, nunca había hecho nada parecido. Pensé, egoístamente, que si yo podía ayudar, esa ayuda sería de vuelta. Una suerte de quid procuo emocional. A mí me valía con eso, en aquel momento.

No tardé en darme cuenta que la realidad era más dura y brutal de lo que yo pensaba. Y en ese comedor, intentábamos que se sintieran personas, o lo más cercano a serlo. Un día vi a un primo mío por la ventana, se disponía a entrar, y cuando me vio se dio la vuelta -ese día no comió porque yo estaba allí.

Tuve que hacer un acto de autocrítica conmigo misma. Pero no una autocrítica banal ni consensuada con los cánones sociales establecidos, sino un acto feroz de contrición. Y recalco lo de feroz, porque nada es tan duro como entender la realidad del Sinhogarismo y, aún así, yo no me acerco ni a una ínfima parte.

Podría contar más historias de los universos de todas esas personas, pero esta reseña es para Carmen y el laberinto burocrático que significa estar en la calle, ser mujer y con discapacidad.

Portada del libro

La historia…

Según Conceptos Jurídicos, Silencio administrativo es un término que, en derecho, permite la estimación o desestimación cuando se da ausencia de respuesta por parte de la administración referida a la petición de un ciudadano, pasado el tiempo establecido -que suele ser de 30 días.

Las consecuencias del silencio administrativo en esta historia se traducen en situaciones extremas que se van cobrando la salud de una persona en situación de sinhogarismo. Una mujer, discapacitada y enferma, personificada en Carmen y otra mujer, Beatriz, que intenta ayudarla para solicitar la renta mínima y evitar que caiga en las redes de la prostitución. ¿Qué puede salir mal?

Beatriz se encuentra con auténticos muros de contención y el largo proceso del papeleo, para el que Carmen cumple con creces el perfil, se torna en una sentencia verbalizada del «vuelva usted mañana», pero a una escala salvaje.

Imagínense, por un momento, solicitar alguna ayuda o subvención en cualquier administración. Sepan que todos ustedes/nosotros, como cualquier común de los mortales, nos agobiamos, nos cansamos, se nos hace tan tedioso que solo queremos terminar. Ahora, imagínense eso elevado a 1 millón, y no podríamos vislumbrar el final del túnel. El acto de solicitar una ayuda para una persona en situación de Sinhogarismo es tan inhumano que ni siquiera puedo describirlo -pero esta situación se retuerce, aún más, cuando sabemos que el personaje de Beatriz es, en realidad, la compilación de varias personas.

HogarSí…

Es en este punto, donde me quiero parar en el concepto de Sinhogarismo. Según HogarSí, cuando se habla de Sinhogarismo, se plantea un problema estructural que afecta a todas las sociedades. Se habla de factores sociales, económicos y políticos. Es un problema multidimensional al que se debe dar soluciones integrales y transformaciones sociales.

Datos…

Nadie quiere vivir en la calle, eso es un hecho, nadie lo elige y le puede pasar a cualquiera. Solo unos datos: según HogarSí, en España 37.000 personas no tienen un hogar; de ellas, el 30% no tienen acceso y están fuera del sistema de atención y no acuden a ningún servicio; el 77% son hombres -las mujeres en aumento; El 44 % tienen una percepción negativa de su salud; el 40 % lleva más de 3 años en situación de sinhogarismo y el 50% ha sufrido delito de odio.

Aporofobia…

En un post anterior ya traté el tema de la Aporofobia, pero no está de más recordar que este «delito de odio» es el rechazo y el odio a la pobreza. Hace unos meses, en un taller relacionado con esto, nos estuvieron informando cómo abordar determinadas situaciones.

Se plantearon muchas dudas, cómo informar a personas que se encuentran en situación de sinhogarismo de las opciones y siempre, siempre, bajo el más estricto respeto a su individualidad y dignidad; cómo abordar un delito de aporofobia o cómo y cuánto de reciclados y actualizados están los cuerpos de seguridad del estado o cómo son tratadas las personas sin hogar cuando van a alguna administración. Y, aquí, me voy a detener un poco.

Administración…

Esta cuestión que a mí, me preocupa especialmente, se produce más de lo que nos gustaría siquiera pensar. Y yo me voy a meter, también, en el saco. Que a mí, también, me incomodó durante mucho tiempo. Sea por el miedo a que yo misma podría acabar en esa situación o por mi propia ignorancia del momento, al final, siempre llego a la misma conclusión, y es que no solo necesitamos educación sino ser buenas personas. Que no está de más, dicho sea de paso, desarrollar la empatía y recordar que esas personas tienen derechos.

Rechazo…

Porque bastante duro es estar en la calle como para que, mientras están transitando por la infranqueable maraña burocrática, se encuentren con el rechazo de las instituciones y funcionarios que parece robots disociados de la realidad. Hablemos de ese rechazo, pues. Un rechazo que se traduce en faltas de respeto, miradas de recelo o desidia. Quien más, quien menos ha presenciado, alguna vez, una de esas escenas resultando ser de una auténtica obscenidad y ausencia moral.

Invisibles…

¿Cuántas veces hemos escuchado aquello que son ellos los culpables de estar en la calle? Se me escapa en mi memoria cuánto he podido escuchar esto. Y la invisibilidad, esta palabra, tan dura, tan contundente. Significa que nadie te ve, que no te quieren ver. Eso es lo peor que le puede pasar a un ser humano, no ser visto, mientras sus vidas corren peligro, mientras las enfermedades se acomodan en sus cuerpos.

Antes comentaba que son muchos los factores a tener en cuenta, económicos, sociales y políticos, y me detengo en el hecho que Carmen es mujer. Porque solemos asociar la imagen de una persona sin hogar con la de un hombre con problemas de alcoholismo y la realidad es que las cifras están mostrando que son más las mujeres que acaban en la calle. Carmen está enferma y es discapacitada, lo que retuerce, aún más, su situación.

Otro aspecto que no quiero olvidar es que solemos visibilizar el proceso de la burocracia (no solo el de Kafka, con el que comenzó el libro) como algo indeterminado y/estrictamente teórico. Su autora, Sara mesa, 1976, nos dejó esta reflexión, «(…) el laberinto burocrático no es un ente abstracto.  Es una maquinaria compuesta por personas con nombres y apellidos reglada por normas y costumbres que imponen personas con nombres y apellidos».

Estas personas nunca deberían olvidar que los expedientes con los que trabajan, esas solicitudes llenas de datos y documentación, tienen que ver con personas que no siempre pueden defender sus derechos».

Sara Mesa

La autora, Sara Mesa

Mientras me documentaba para esta reseña leí algo así como que tenemos una obligación moral con las personas que sufren el impacto brutal de la pobreza y tenemos/debemos ver, escuchar y luchar contra la reacción de la sociedad hacia ellos. Creo que esta sentencia es la de esta maldita lacra causada por terceros y por sistemas insostenibles.

La solidaridad y empatía son dos sentimientos revolucionarios…

Gracias, V.

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«1984», George Orwell.

     Para conocer mejor la obra y su autor pensé que buscar información en la red podía ser una buena forma de conectar con este universo. Pude comprobar como la gente se deshacía en elogios hacia G. Orwell. De hecho Arthur Koestler (novelista, ensayista, historiador, periodista, filósofo que acabaría suicidándose) dijo que era la mejor obra fantástica que alcanzó el horror psicológico desde «El Proceso» de Kafka. Y yo, infame pecadora ignorante, decidí quedarme en esa zona gris, donde nos quedamos los observantes. Pero me van a permitir que cuando menos, me cuestione a una persona, que no su obra (quiero dejarlo muy claro) que delata a 38 simpatizantes comunistas por conseguir el amor de una doncella. Hecho que dice mucho o muy poco de una persona (objetivo que, por lo visto, no consiguió finalmente). Así que aquella noche decidí sumergirme en un mundo en el que no desearía encontrarme nunca…

Portada de 1984

«La libertad consiste en poder decir que 2 y 2 son 4» (Winston Smith).

     Winston Smith trabaja en el departamento de archivos del ministerio de la verdad. Su trabajo consiste en corregir los mensajes que le llegan por los tubos neumáticos. Unos mensajes que se modifican cuando los hechos del pasado entran en conflicto con los hechos del presente. Es la forma de borrar la historia reescribiéndola al antojo de los mandatos superiores. Winston forma parte de una sociedad en la que el individuo no existe, no existe la intimidad, y todos visten de la misma forma anodina. Las relaciones personales, tal y como las conocemos hoy  no existen, salvo por la procreación a la que se le ha eliminado el carácter  psicoafectivo. Winston es un minúsculo engranaje manejado por el Partido. La pobreza se ha generalizado y sólo unos pocos como O’Brien, funcionario del Partido Interior, disfrutan de ciertos lujos. Como toda dictadura, existe un mal endémico para el partido llamado Goldstein y el odio es la estructura principal sobre la que se sostiene la doctrina que recae en los habitantes de Oceanía. Todo gira en torno al odio y el miedo, la semana del odio, los dos minutos de odio, con proyecciones de imágenes y bombardeo de sonido que lo recuerdan constantemente. Todo el mundo puede denunciar a todo el mundo por traición al partido, hijos a padres, a hermanos, nadie está exento a ser denunciado. Y casi todo el mundo está controlado por telepantallas que lo ven absolutamente todo de sus vidas cotidianas.

     Entonces Winston empieza a ver y sentir que algo no está bien a su alrededor. Observa las desapariciones de personas con otra mirada, personas discordantes que desaparecen de la faz de la tierra y de la historia. Y comienza a realizar la peligrosa tarea de escribir un diario en el que vuelca todos sus pensamientos,  exponiéndose de una forma altamente arriesgada. Su vida se vuelve aún más intensa cuando Julia entra en ella y recupera la ilusión por lo que él recuerda más cercano al amor. Se mezcla con los proles, una suerte de sociedad paralela que no hace ruido, no molestan, no se rebelan y funcionan como la sociedad del pasado.

     O’Brien, un desalmado funcionario, consigue seducirle guiándole hacia su tela de araña, pasando de la protección a la destrucción más salvaje y Winston deja de ser «uno mismo» para llorar ante la foto del Gran Hermano. Y, después, a desaparecer…

     Una novela ficticia basada en una sociedad distópica, o indeseable en sí misma. Una aberración que a bote pronto nos aterraría hasta límites insospechados, de no ser porque en la actualidad tenemos ejemplos clarísimos y muy, muy cercanos. De todas las cosas que me quitan el sueño, la más brutal y sobrecogedora es la privación de libertad, porque es lo que me da el valor de individuo con derechos inalienables. Yo soy yo porque puedo decir que estoy aquí y puedo identificar mi propia historia. Yo soy yo porque puedo decidir respecto a mi vida, mi presente y mi futuro, no el de los demás. Por desgracia, vivimos inmersos en un sistema en el que grandes grupos de presión, más conocidos como lobbys, deciden por nosotros y, aunque a priori todos podríamos serlo (hasta un grupo de ciudadanos) visto está que quien opera a niveles omnipotentes suelen ser los que se llevan el gato al agua (también existen excepciones). Y ellos, sus lobbistas,  frecuentan, revoloteando incesantemente como moscas en los excrementos,  los círculos de poder. Sólo tenemos que poner la televisión para comprobarlo.

     En esta vida no hay casi nada imprescindible, pero esta lectura lo es. Nos ayuda a desarrollar el pensamiento crítico. A ver si con un poquito de suerte se nos van abriendo los ojos y vamos viendo lo que está sucediendo a nuestro alrededor, porque éstas no suceden de la noche a la mañana. Todo lleva un proceso. Silencioso y discreto, a veces, ruidoso y estridente, otras tantas ocasiones. Y, aún así, muchos no lo ven venir…

V.

  • Foto tomada del libro de la autora del blog.

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