Parece que te veo a través de la ventana. Creo que me estoy obsesionando con esa imagen. Esa foto de ti mirándome, tan triste, desde ese paraje blanco. No tan blanco como nos hubiera gustado, pero suficiente. A veces siento que me llamas y yo alargo mi mano en un ademán pretendiendo acortar distancias.
-¿Hablando otra vez sola?- dijo él.
-¿Lo hacía en voz alta?-contestó sorprendida de haber sido cazada.
-Sí-le dijo con cierta condescendencia.
-Debe ser que no duermo bien últimamente. Anoche tuve un sueño…
-Anoche volviste a hablar mientras dormías-le interrumpió él.
-Soñé con él otra vez, y volvíamos a ese lugar, de nuevo. Había nevado, pero no mucho. Lo recuerdo bien porque siempre quise ver la nieve, pero de esa espesa en la que se te hunden los pies. Y ese sitio no era así. Recuerdo que estuvimos hablando, aunque no recuerdo de qué. Tampoco sentía frío.
-Estás pasando un mal momento.-dijo, con cariño sincero-Son tus primeras navidades sin él.
Al día siguiente…
-Buenos días, cielo-le dijo él a ella.
-Hola mi niño-le regaló con una sonrisa calmada.
-Anoche volviste a hablar en sueños.
-Estuve con él, cariño. Al final pudimos vivir una navidad juntos. Fuimos a un lugar con un árbol gigante lleno de color y de luces. Había puestos de madera y los vendedores ambulantes sonreían. Y comprábamos turrón. Y no había nadie más, salvo nosotros. Recuerdo que me miraba y me sonreía. Él me hablaba y era feliz, yo era feliz. Y volvimos allí, donde estaba la nieve. Yo le perdoné y él me abrazó. Y he despertado.
Epílogo: Mientras preparábamos la cena de navidad para recibir al resto de la familia, fui al dormitorio a dejar unas cosas. Como siempre, me acerqué a su foto para contarle que todo se arregló con mi hermano. Fue entonces cuando me di cuenta que algo había cambiado. Su cara irradiaba felicidad, era una sonrisa clara y diáfana. Y sus pies, sus pies estaban hundidos en la nieve. Y abracé la foto y me dejé llevar por las emociones…
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Una historia del ejército español desde sus entrañas y vista desde otros niveles. Una de tantas que suceden y de las que no sabemos. Y aún teniendo información, no salimos a la calle a gritar por los derechos de los militares, porque no concebimos que aquellos que nos defienden pasen hambre. Porque enarbolar, luchar y sentir una bandera no es suficiente…
A pesar del agotamiento físico, quiero empezar a reflexionar sobre este tema ejemplar, que por fin dosifico, para acabar en la Venecia china, como la llamaba Marco Polo.
¡Pero qué tan familiar me resulta el mundo militar! Cuando era una chiquilla y estaba en el colegio, mi hermano mayor decidió hacer un examen para ingresar en la academia del ejército. Tenía 14 años, un niño. Pasó de tener un padre y una madre, a tener «al ejército».
Años más tarde, fue mi otro hermano quien decidió marcharse como voluntario. Así que yo, que siempre quise ser como ellos, solicité la información para ingresar también. Pero en las condiciones físicas, no daba la altura mínima. Eso sucedió mientras estaba en secundaria, motivo que le produjo profunda risa a un profesor de biología. Él era tan gracioso… En fin, ya no podré saber nunca qué hubiera sido de mí en el ejército de haber dado la talla, siendo como soy, y si hubiese aguantado o no.
Sí sé que muchas cosas que se cuentan en el libro no me son nada desconocidas. En primer lugar, porque no tengo más que echar un vistazo en Internet para estar informada de muchas cosas. Así que quien no está informado es porque no quiere. En segundo lugar, porque una institución de la que algunas raíces siguen bien arraigadas desde épocas dictatoriales, y sobre la que no se ha volcado casi nunca la duda razonable que manchara el honor de su funcionamiento, pues me produce de entrada dudas y reticencias y que, oye, nadie está de color blanco nuclear.
Siempre, siempre digo que airear las estancias es un ejercicio de lo más sano. Pero como todo en nuestra querida España, va despacio, con desgana y a destiempo. Y además, la (in)justicia tiene un terrible sentido del humor.
Pero volviendo al eje estructural y encofrado, es vox populi que nuestros militares están muy mal tratados y mal mirados, aunque luego otros se rasguen las vestiduras. Sabido es que atravesar una crisis como nos tocó a los españoles, hizo a muchos plantearse el destino militar como salida laboral. Y si tienes vocación, mejor, pero sino, es lo que hay también. Y, claro, esta gallina de los huevos de oro no estaba pensada para abastecer a tanto soldadito de las mínimas comodidades y alimentos que se merecen. Imagínense, nuestros soldados pasando hambre y frío, es impensable… Y, pensando, pensando, deduces que sí, que los huevos sí que son de oro, pero para unos pocos.
Yo no quiero hacer apología del odio hacia lo militar, ¡Dios me libre! que dirían algunos. Nada más lejos, recuerden la vocación de la aquí escribiente según los cánones fraternales…
Pues eso, que con el ejército nos hemos topado. Pero, ¿por qué estas instancias no pueden funcionar de forma transparente? Gran pregunta. Que yo diría más, claro, para hacer las cosas de forma transparente, bajo un prisma legal, habría que funcionar con un mínimo de valores éticos y morales. Llámese honradez, honorabilidad; pero de las de verdad, no de esas que van reflejadas en el número de condecoraciones y medallas. Como se decía antaño, «Una buena persona (institución en este caso) es la que se viste por los pies», y el ejército hace casi todo menos eso (más o menos).
Les recomiendo que lean el libro, porque dentro de la trama de ficción hay muchos extractos que son más que interesantes. Existen muchas formas de ser deshonesto en este país, lo vemos cada día, principalmente en el entorno de la política rancia y caduca. Casi diría que son hermanas gemelas, la armada y la política.
Joder, si mi padre estuviera estuviera por estos lares, los iba a poner a todos firmes. Pero bien rápido que lo aireaba todo, con tanta tontería. Se me ocurre que diría algo así como «Venga tú, fuera, no vales ni para estar acostado, a tomar por saco. Tú…tú…¡esto es una mierda, fuera!» Y así sucesivamente. Pero es que él era muy flamenco…***
Hacen faltan más valientes que denuncien estas injusticias. Pero valientes que no caminen solos, que estén respaldados por las leyes. Vivimos en un país democrático y se supone que eso es lo que debería de ocurrir. Pero no. Por eso existen estos señores que denuncian y se juegan el tipo con ello, su trabajo, su salud, y escriben estos libros, para que los leamos, porque parece que los medios de comunicación no son suficientes. Y es que hemos normalizado la injusticia a unos niveles que dan miedo. Dejemos de quejarnos en la barra de un bar y pecar de cuñadismo y denunciemos las injusticias…
Vivimos en un país que se dice democrático y en el que suceden estas cosas… Entonces, algo estará mal, ¿verdad?
Gracias, V.
Imágenes del libro de la autora del blog. Me hubiera gustado decir que el autor me envió sus propias imágenes, pero no fue así.
Luis Gonzalo Segura tiene perfiles en las RRSS, Facebook, Twitter e Instagram.
Mi padre era una persona, dejémoslo, algo peculiar. Por eso la redacción es así cuando me refiero a él, porque él era así.